domingo, 25 de abril de 2010

Capítulo 8

Dónde me van a decir mi futuro. Cuándo seré algo imponente. Una piedra o el peinado de drácula. Usted es el que tiene la culpa. No, no es cierto, es aquello que no conocemos. Está bien, mientras sepamos que no importa. Cuántas veces he dicho no importa con las entrañas quemando. Sigue sin tener importancia arriba. Sólo date una buena ducha y ve al parque. Podrás distraerte. Despejar la mente para volver a la refriega. Al menos en la noche, acostado, me queda la seguridad de que nadie advertirá mi desmayo. En esas circunstancias uno confunde desmayo con dormir. Claro, es la tranquilidad que da la noche, cuando nadie espera nada de nadie, bonito armisticio. Dígale al señor que ya cambie las palabras, dice y dice las mismas, es hora de utilizar todo el bagaje, aunque no venga al caso. Por favor, no me haga la vida más pesada, conozco algunas palabras, puede usted decir las que guste, yo se las entenderé, pero no me pida que yo utilice una gran cantidad en el momento indicado, mucho menos cuando no vengan a pelo, tengo un poco resbaladiza la memoria. Podríamos utilizar vigoroso aparejada con cocaína, siempre se ofrece una palabra cuando aparece la otra, hacen bonita pareja, téngalas siempre listas juntas, no deje que se desbalaguen. Yo venía caminando por aquí, no es mi culpa, se lo prometo, yo ni siquiera lo conozco, qué podría tener yo en su contra. ¿Y cómo explica las manchas de sangre en su camiseta?. Yo, señor, soy matarife de profesión. Haremos un dictamen minucioso de lo acaecido. Podríamos dejarlo así señor, ¿qué gana usted con eso?. En otras circunstancias te metería preso, pero hoy no tengo ganas de ponerme a averiguar. Puedes irte, sólo si me prometes que has dicho la verdad. Señor, yo nunca le mentiría a nadie. Con eso me basta. El que sigue. Evite en la medida de lo posible construir historias coherentes, muévase un poco a la izquierda, ahí está bien, ahora sonría. Está usted contratado, felicidades, tiene derecho a acostarse cuando menos una noche con la señorita reclutadora, la de recursos humanos, esa que le hizo la primera entrevista, ¿la recuerda?. Cómo no, si es hermosa. Sólo usted ha sabido ganarse el premio de tenerla a su disposición por una noche. Ah, y cualquier mala cara o mala gana de parte de ella me la remite, yo sabré cómo arreglar la situación, aunque ella es muy servicial, no tendremos que llegar a esos extremos. Usted no se desespere, para eso lo tenemos aquí, para que haga estupideces, pero hágalas bien, hágalas con pasión, con ímpetu, como cuando no le pagaba nadie por hacerlas. Mire señor, yo tengo mis horas de euforia, mis horas de inspiración, usted no puede venir a decirme a mí a qué horas canto la canción o a qué horas me quito la camisa y le muevo la panza al gerente, mucho menos, y en esto si tenga mucho cuidado, vendrá usted a decirme la hora en que yo festejaré con mi característico aullido, porque ni siquiera yo sé cuándo ocurrirá, son cosas de factores que convergen, no depende de mí ni de nadie. Bueno, me conformo con la respuesta que me ha dado. Incluso le daré un aumento, es más, puede usted irse temprano, y si quiere llevarse de nuevo a la secretaria no se detenga, tiene luz verde. Mire señor, tampoco quiero despertar la envidia del personal, mírelos, trabajan como mulas de carga. Bueno, haga usted lo que quiera. Era broma señor, nos vemos el lunes puntualmente a las tres de la tarde, y no vaya echar de menos a la secretaria, me la voy a llevar. Alto. Usted se desmandó. No, no me refiero a usted, naturalmente, me refiero al que escribe. Ah sí, a ese cuélguenlo en la plaza, pero será mejor que sólo lo amenacen, tal vez así se haga mejor con las palabras. El miedo nos obliga a desenterrar recursos impensados, en su caso podremos rescatar algunas palabras en peligro de extinción. No se olviden de reconocerle tal esfuerzo. Sin duda enriquece nuestra cultura con sus expresiones tan jocosas, pero eso no es suficiente para que se gane la vida, tiene que hacer algo más aparte. Lo pondremos a lavar los baños, quizás así escriba aún mejor y recuerde una de esas expresiones para expresar dolor. Debe haber muchas por ahí en los libros, sólo él puede desenterrarlas. Hay una que dice: pagan justos por pecadores, pero esa no viene al caso. Ahora quién está hablando con quién. Alto. Vuelva usted a la senda de la cordura, todavía está a la mano. Venga, volvamos a ese tedioso camino que tantos frutos le ha dejado a los que lo toman.

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