miércoles, 21 de abril de 2010
Capítulo 5
A veces pienso que podría escribir cualquier cosa, incluso en un idioma de otro planeta, y sería lo mismo. Pero tal vez la gente no concuerde con esta idea, así que tendré que seguir escribiendo inteligiblemente, esclavizándome de ese modo para poder complacer a mis instintos. Suena trágico, y lo es. Si pudiéramos ver de un tirón el lapso que hubo entre el encuentro que tuve con el chamán del parque, ese que me mostró el reloj antiguo, y el otro chamán, el de Chiapas, me veríamos derrotado, resignado a no volver a gozar, esperando la muerte tirado en una cama mientras mis padres me dicen: “hey, levántate zángano y ponte a trabajar”; veríamos a un joven, de entre 20 y 22 años cabizbajo, lacio, acabado. Pero todo eso no me sorprendió, porque el chamán de Chiapas me advirtió que se avecinaban tiempos difíciles para mí, que yo sufriría mucho y que disfrutara lo poco que me quedaba de alegría, porque, como ya vimos, tuve que regresar a Monterrey, donde comencé a sentirme como el muchacho rebelde de la familia, él ingrato que hace sufrir a sus padres escapándose de la casa. La verdad que todos esos comentarios que se hacían a mis espaldas en torno a mí, me afectaron mucho, llegaba a sentir el reproche de la familia, sin que ellos tuvieran que decírmelo abiertamente. El chamán de Chiapas también me dijo que a pesar de los tiempos difíciles, lograría salir vivo y convertirme en un prócer o algo así. De todas manera hubo un momento en el que perdí la fe, hasta el punto en el que temía salir a lugares públicos, no fuera a ser que tuviera una vergonzosa muerte, y por eso prefería quedarme en cama esperando uno de esos desfallecimientos que con frecuencia me daban. Yo sé lo bochornoso que es caer inconsciente y despertar en medio de gente que hace preguntas sobre nuestro estado, gente alarmada por nuestra salud, ser el centro de atención de una manera tan patética. Hay cosas que es preferible evitar. Pero el encuentro con el chamán del parque de Monterrey, el que me mostró el reloj, marcó el inicio de una era feliz en la que ya no tenía que preocuparme por nada, sólo tenía que disfrutar, porque cada día era mejor. Empecé teniendo pequeños periodos de éxtasis, que fueron aumentando en duración y frecuencia, hasta que llegó el momento en que todo era éxtasis sostenido. He formulado cantidad de hipótesis que buscan explicar este cambio emocional tan drástico. Pasé de tener como única esperanza morir tranquilamente en mi cama, al nirvana. Una de las hipótesis es que aprendí a no darle importancia al dolor, a convertirme en un espectador de mi dolor, como si mi dolor fuera una cosa y yo otra, pero no creo que haya sido eso, porque antes, cuando sentía el debilitamiento, el sudor frío, la nube en mis ojos y el movimiento arbitrario de las luces, no podía librarme del terror con un truco tan barato como el de pretender ser el espectador de todo eso, porque uno se siente agobiado, encadenado a ese malestar agudo y chirriante. La cosa era que simplemente esos paroxismos terribles ya no se presentaban. Cuando se presentaban, antes, llegaban sin previo aviso, de un momento a otro pasaba de la normalidad a una cosa que no se la deseo a nadie. Ah, esto es una mierda, estoy completamente decepcionado. Yo creo que por eso los escritores siempre tienen ese semblante pétreo, porque no se puede tener otro escribiendo, escribir es algo que no deja nada nunca, es quedar siempre inconforme y tener que corregir aquí y allá, sin que nunca logre quedar como habíamos creído que podía quedar cuando pensábamos acostados en la oscuridad antes de dormirnos. En esta mierda no hay espontaneidad. Y leer es aún peor, leer es como buscar algo con muchos esfuerzos sin encontrarlo, son satisfacciones que se esfuman rápidamente al pasar de un párrafo a otro. Yo he leído miles de cosas y en este momento me siento como si nunca hubiera leído nada, ultrajado, engañado por los siniestros escritores que juegan con nuestras mentes. Estoy enojado, bueno, tal vez no tanto, porque siento que he dicho algo interesante. La sinceridad nunca me ha defraudado, siempre me hace sentir bien; lo malo es que es difícil hacer contubernio con ella. Porque para eso sirve solamente la sinceridad: es un arma para ser mejor que los otros, sobre todo que los escritores. Pero a como haya sido, ya dije algo que puede ser esencial en esto que yo insisto en llamar novela, pero que puede que pertenezca a otro género, un género nuevo, como el reflexivo. Los lectores tendrán que hacer que todo esto tenga sentido. En realidad siempre es así, siempre es más difícil leer que escribir, porque uno escribe lo que quiere y como quiere, pero cuando uno lee tiene que volverse un poco el que escribe. No he parado de decir disparates y tampoco sé qué es lo que sigue en esta historia que no lleva rumbo ninguno. Pero así me gusta a mí, me gusta martirizarme escribiendo, porque creo que no hay otra cosa más bonita que se pueda hacer en este mundo asqueroso. Esperen, ¿dónde quedó la fe que me infundió el chamán del parque, el que traía el reloj antiguo?. No, no soy tan fácil de destruir, tengo una razón muy convincente y muy congruente con mis creencias para esa pregunta , y es que, naturalmente, todo esto de sentir una impotencia y una frustración agobiantes lo preparé meticulosamente antes de venir yo a este mundo, porque es necesario sufrir para poder gozar, nada nuevo ¿verdad?. De eso es de lo único que puedo estar seguro. En cuanto al resto de esta desastrosa pieza artística, puedo decir que me declaro en estado de indefensión y que solicito un delegado para que ponga en orden esta tramoya. Bueno, tal vez fui demasiado duro conmigo mismo; todavía hay tiempo, todavía podemos darnos a entender, Miguel, lo has hecho bien el día de hoy, escribes de maravilla, aparte, errores los tiene cualquiera.
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