Aplicando una lógica estricta a lo dicho en el capítulo anterior, podríamos concluir en que golpear a los demás era hacerles un favor, pero la lógica no tiene lugar en esta historia, así que cada quién puede comenzar a hacer sus conjeturas prescindiendo de las palabras, que se quedan cortas en estos asuntos. Puedo decir que mientras ellos no pregunten por mi alma yo tendré mi conciencia tranquila. O sea que trataré de congeniar con ellos sólo hasta donde no salgan con que préstame tu alma un ratito para hacer tal misión.
He dejado la certeza de que existe un bien y un mal, pues ¿para qué podría servirme eso? Prefiero persistir en la idea de que esos hombres de energías misteriosas que se empeñan en aparecer en mi vida, son más bien elementos necesarios para hacer la vida emocionante, elementos que yo dispuse estratégicamente, para mayor deleite, en mi vida antes de venir. Empezar una nueva frase y luego decir que es menester entrar de lleno en los hechos, para que esto comience a cobrar forma. Muy bien. Han sido cuatro los encuentros con chamanes, en dos he estado solo, en dos acompañado. Apuntar desde ya la palabra clave en este punto: simetría. El último encuentro, que para el caso es el importante, tuvo lugar en un parque mientras esperaba yo a tres amigos para ir a otro lado. Últimamente, cuando me encontraba en algún lugar público, buscaba encontrarme con uno de esos seres peculiares, pero estas criaturas sólo aparecen cuando no las esperas, por eso, aquella tarde donde mi mente se entretenía en otras cosas, apareció uno. Tenía un reloj de doble tapa con leontina, que, según él, estaba bañado en oro y era toda una joya de las antigüedades. Me dijo que yo era muy inteligente y tenía un gran corazón, confirmando así lo que otro chamán me dijo en Chiapas, el cual me dijo: tu llegarás a ser muy grande, pero ten cuidado con tus mejores amigos. Son ese tipo de advertencias las que han estado resonando constantemente en mi cabeza durante mucho tiempo. Así que según esos seres fantásticos yo llegaría a ser un escritor famoso, cosa que me tranquilizaba sobremanera, considerando que tales epifanías estaban en una perspectiva mucho más ventajosa que la mía. Entonces cambié mis amistades por unas menos siniestras y subliminales. Mis nuevos amigos despedían una vibra nada amenazadora, con ellos me sentía como pez en el agua, libre de hacer cualquier movimiento de danza, de caminar en cualquier estilo y, por supuesto, usar cualquier entonación y palabras de este o de aquel idioma o dialecto, cual genio chiflado que soy. Aquí es donde tengo que recordar a Tom Sawyer, pues, como él hacía, yo también suelo cojear de una pierna, sobre todo cuando ando eufórico y mis músculos admiten contorsiones inusuales. El chamán del parque también me dijo que mis padres no sabían apreciarme, cosa que me sorprendió debido a que lo dijo cuando hablábamos de otra cosa que nada que ver. Pero ese comentario acerca de mis padres me pareció que debía manejarlo yo con cierta cautela, ya que nunca está por demás considerar aquel mandamiento que dice: honrarás a tus padres. Es que yo siempre he sido un prángana y eso no le gusta a los padres. Mis antiguos amigos tenían alas negras que les permitían suspenderse en el aire y colmillos afilados con los que chupaban mi sangre, suficientes motivos como para cambiarlos por personas pacíficas y amigables. Digo esto tal vez en un sentido metafórico. Ruego al lector que no desespere en cuanto al sentido cronológico de esta historia, ya que poco a poco se irá esclareciendo el asunto, de un modo o de otro. También es bueno que el lector sepa que no debe sentirse obligado a comprender totalmente lo que ocurre en mi cabeza, porque yo sólo hago mi mejor esfuerzo. En todo caso, yo interpreto las frases de los chamanes según criterios veleidosos. El punto era que en este punto de mi vida, comenzaba a sentir, con las mismas entrañas que sentí el más agudo sufrimiento, una gloria que presagiaba más y más gloria, hasta llegar a un mundo de maravillas donde todos estaban locos y decían cosas chistosas, aunque siempre en una competitividad fraternal que jamás se tomaría por personal, sino que todos tendría dones para ganar algunas veces y perder otras, con ecuanimidad. Porque, han de saber que los chamanes, heraldos de este mundo de maravillas, utilizan con frecuencia la burla, se regodean a costillas de uno, de los defectos de uno, pero tienen un tacto tal que increíblemente uno no se ofende. Bueno, con los primeros chamanes tal vez pueda uno llegar a sentir cierta incomodidad ante las burlas, pero uno va aprendiendo, poco a poco y con el entrenamiento, a regresar la bolita con alegría.
En el próximo capítulo les hablaré graciosamente de un fragmento de mi vida que resulta crucial para el buen entendimiento de este tan disparatado como real relato.
domingo, 18 de abril de 2010
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