sábado, 24 de abril de 2010

Capítulo 7

Siento un vacío muy desagradable a la altura del estómago, no sé qué es, puede ser el hecho de que llevo años sin tocar a una mujer. Me da miedo el asunto de las mujeres, las hay crueles y tiranas, que son las que me gustan, las hay generosas y amables, que son las que no me gustan. Además siempre siento que tocar a una mujer, aun con su consentimiento, conlleva grandes responsabilidades. No tendría problema en estar con una mujer perversa, pero ellas sí lo tendrían, aparte, las mujeres generosas y amables compensan bien su fealdad, quedando tablas con las guapas, ya que las guapas se creen mucho y quieren controlarlo a uno abriendo y cerrando sus cricas. Bueno, ya cállate y duérmete. Bueno, de todas formas la mente va hacer lo que quiera. Lo que me preocupa es si lograré tener una erección con una mujer generosa y amable. No quiero arriesgarme a una situación tan bochornosa, podría ser letal, mejor me quedo aquí leyendo mis libros, ellos nunca me avergüenzan, y quizás hay más razón para que yo me avergüence ante ellos que ante una mujer que no puede provocarme una erección. No podría ser más explícito en este asunto, tampoco mencionar nombres, porque podría llegar a ser ofensivo y no quiero ofender a nadie. Es en este punto donde tengo la tentación de copiar literalmente una frase de Moby Dick, que dice: “al final siempre queda el consuelo de que todo estaba destinado”. Mi incapacidad para entender las cosas a la primera me obliga a preferir los libros sobre las películas. Hay que ser serio y perseverante en las idioteces para poder sobresalir, en especial cuando estamos hablando de alguien que no tiene resistencia para conocer, poco a poco, la jerga de un ambiente en particular. No es un gran trabajo andar por ahí entre los drogadictos algunos años y después escribir una buena novela. Ya está todo resuelto, los personajes, las frases, la trama, todo, porque ya lo experimentaste. Pero cuando eres uno de esos que no les gusta nada, ni las mujeres, ni los hombres, ni los cigarros, ni el alcohol, ni nada, y no por que no quiera, si no porque no puede, entonces lo que tienes que hacer es: cuando se te ocurra una buena frase escribirla, aunque esté fuera de su contexto ideal, pues no queda de otra. Además, sucede con mucha frecuencia que los escritores preparan un ambiente para una sola frase, para poder decirla y que brille en su máximo esplendor. Yo por ejemplo tengo la siguiente frase que podría ir muy bien en una novela de un muchacho que representa la crisis de valores humanos que se están perdiendo con la juventud de ahora: “ahí está mi tío, pero no sé cómo dirigirme a él, temo que pueda sonar demasiado circunspecto, demasiado igualado; ¿le diré tío, le diré por su nombre, le diré oiga, le diré oye? Mejor no le hablo”. Y esa resolución de preferir no hablarle al tío por temor a sonar impropio, es algo que me sucede a mí con frecuencia y es algo que tengo que decir al mundo, pero no voy a escribir 200 páginas o más, para poder meter justificadamente esa frase. Lo que trato de hacer es escribir sólo esas frases, unas tras otras, con el menor número de arreglos alrededor, porque eso es lo que por lo menos yo busco en una obra. Me gusta la carne. Todo eso que se construye alrededor, sí, puede ser muy útil para mayor comprensión, pero aburre, sobre todo cuando es una descripción de un edificio o un terreno accidentado, llena de zarandajas. Llegó de repente la tristeza, cuando estaba en compañía de personas que le tienen por gracioso, y fue entonces cuando dijo: “vamos, qué quieres demostrar con esa sonrisa”. Ciertamente uno no sabe qué actitud tomar ante esas emociones ineluctables. Todavía en esas circunstancias uno se siente obligado a guardar ciertos miramientos indispensables aun en caso de estar al borde de la muerte. Uno no puede disgregarse así como así, sin avisar, porque eso sólo provocaría más de lo que no queremos, más atenciones que no queremos ni dar ni recibir. Las armas se hicieron originalmente para exterminar los fantasmas y espíritus, por eso la gente de antes ponía sus pistolas en los porches, al alcance de todos los mortales, quienes sabían perfectamente que no había necesidad de robar el arma, puesto que todos tenían la suya y no hacían falta tantas para acabar con los espectros. Pero después el mundo adquirió ese carácter cruel al que nos hemos habituado. Lo importante siempre ha sido hacer bullicio en la mente, decir cualquier cosa, porque las palabras de pronto nos sorprenden, uno va diciendo por ahí sinsentidos y de pronto sale algo que sorprende, una combinación feliz de palabras que usamos a diario pero que nunca se habían combinado de esa manera, entonces uno se siente como lleno de endorfinas. Yo dije ayer algo muy bueno para escribir, pero ahora no lo recuerdo, sólo recuerdo que me dejó una sensación de satisfacción, que desde luego se esfumó rápidamente, como todas las satisfacciones. Era algo así como que yo ya sabía de qué se trataba el asunto, yo ya platico muy seguido con aquellos entes que sólo piensan y se meten en los pensamientos de quien quieren, y les dije algo que les gustó, era una frase en particular, la cual decía: quién puede saber más que yo lo que es la existencia, yo soy la existencia, en eso nadie me gana. Y eso pueden aplicarlo mis lectores, si gustan.

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