jueves, 29 de abril de 2010

Capítulo 11

Hay siempre un engaño envuelto en buen olor. Se puede sentir la ternura y el terror al mismo tiempo. Hay algo ahí, una aguja en un pajar en esos ojos y todo lo demás. Uno va con ilusión al principio, luego es cautela, luego desconfianza. Tal vez quedamos arruinados la primera vez, trastornados para no poder reconocer el verdadero refugio, el cálido regazo. Ahora vemos con desconfianza la salvación. Es sólo un cuerpo, decimos, una cosa que se mueve a base de procesos orgánicos repugnantes. Bueno, puedes decirlo de ese modo científico o puedes llamarlo amor, dando rienda suelta a la pasión. Cada quien lo dice como quiere, según su circunstancia. Llevo a cuestas un montón de confianza que ya me está pesando y quiero ponerla en un lugar seguro, pero ya estoy arruinado, aparte es más complejo que eso, porque tampoco puedo adoptar el papel de víctima, el papel de santo, porque eso ya depende del juicio de cada quien. De seguro yo también he arruinado a otros, sin darme cuenta, dándome cuenta pero sin poder evitarlo. Claro, todo eso va implícito, pero la vida tiene la irresistible ventaja de terminar siempre igual. De ahí que uno pueda arriesgar sin verdaderamente arriesgar. Pero eso es muy fácil decirlo. La mayoría de nosotros, aun sabiéndolo, no arriesgamos nada, y nos quedamos así, pasmados, sabiendo que no arriesgar es muy peligroso también, pero no importa, es cómodo, es actualmente cómodo, y algo que es más poderoso que nuestras convicciones nos estanca. Ser feliz podría ser tener el ánimo para jugar con la nada, es decir, arriesgar, intentar empresas alocadas, pero, siempre hay un pero, es muy probable que duela y que duela a corto plazo, y no queremos que duela a corto plazo, preferimos que duela a largo plazo, aunque sepamos muy bien que todo esto no es nada, entonces por eso nos comportamos casi siempre como ovejas, por eso seguimos el camino de la muerte lenta, de la larga agonía, por eso nos cuidamos, vamos al doctor y buscamos alcanzar ese estado en el que podemos decir que ya vivimos, que tenemos experiencia y jactarnos de ese logro tan absurdo, aunque sea implícitamente. Pero yo venía a hablar de la posible relación de un cuerpo humano vivo, con pulso cardiaco estable, buena dentadura, piel sana, buena digestión, todo eso, con la salvación de otra persona que más o menos anda en las mismas. Quizá sea un engaño, pero cómo saberlo. Tal vez esas cosas del amor sólo sirvan para pasar un buen rato en este mundo, prolongar la existencia lo más que se pueda y luego lo mismo, la muerte, dejando todo ese idealismo en algo intrascendente. Pero la vida tiene la bondad de terminar siempre igual, hayamos o no hayamos tomado las decisiones correctas, hayamos o no hayamos alcanzado la felicidad, todo lo que sube baja, y luego un reinicio, una temporada de no ser que desde luego nunca fue, y otra vez ser. Lo bueno de la temporada de no ser que desde luego nunca fue, es que otras personas que sí son durante esa temporada, pueden ver lo que es no ser, es como ver a un niño menor de 3 años, ese niño no es, o tal vez sí sea, pero qué importa, nadie de los que lean esto podrá recordarlo. Uno siempre dice cuando ve un niño menor de 3 años: “yo no recuerdo esa etapa de mi vida, sin embargo tuve que haberla vivido, sentido, etc”. Lo que sucede es que es imposible recordar un momento en el que no fuimos, es imposible no ser, siempre somos. Qué mierda esta. ¿Es decir que dentro de esos pigmeos traviesos e hiperactivos no hay nada? ¿Que sólo aparentan sentir cuando son un mecanismo? Elemental, mi querido Watson. He ahí la razón por la cual, inconscientemente, todos deseamos llegar a esa edad donde con frecuencia aparece la demencia senil, que asemeja mucho la infancia, quizá con la esperanza de estar ahí, pero sólo como materia, habiéndonos desprendido de ella, igual que como aproximadamente a los 4 años nosotras, las almas, nos vamos metiendo en los cuerpos y confundiéndonos de tal modo con ellos que nos volvemos una sola cosa. Los cuerpos se venden al mejor postor. Por eso yo digo que la felicidad está más allá del éxito. La felicidad es igual que la tristeza, todo es una cuestión interior, no hace falta que los demás se enteren de lo que nos ocurre, no ganaríamos nada de todas formas, es imposible explicar lo que uno siente, la gente se ufana de su felicidad y su salud y la pregona por doquier, no me atrevería a decir que son estúpidos, ni siquiera son, ni siquiera somos, bajo el concepto de ser equivocado que hemos tenido, porque por otra parte sí somos, pero sólo hasta donde nos lo permite la estrechez de nuestros alcances cognoscitivos, que son nulos, por supuesto. He ahí una clara explicación de la paradoja del ser. Realmente la muerte nos iguala gentilmente a todos. A eso le llamo yo justicia. Dice la gente que el mundo es injusto, y tienen razón, pero también es extremadamente justo, sobre todo cuando uno aprende a gozar el sufrimiento y a ver en la muerte un escape glorioso. No me atrevería tampoco a decir una definición concisa de la muerte, porque con qué autoridad puedo yo arrogarme esa facultad. También el hecho de movernos constantemente envueltos en misterios debería ser agradable, pero todo depende de la salud, todo depende de muchos factores, y por eso la gente está disculpada en ser estúpida graciosa pesimista optimista melancólica o alegre. Nadie decide qué actitud tomar ante la vida. Uno no toma nada, la vida es la que lo toma a uno y le encasqueta a uno una actitud, sin que uno pueda hacer demasiado al respecto. Y claro, ayer pensábamos una cosa y hoy otra, y eso debe ser porque es inútil pensar, es inútil buscar, no hay nada que buscar en la nada, es sólo un juego vacío, y me gusta, me gusta incluso cuando me disgusta y cuando me siento dominado por el abatimiento. O tal vez no me guste, pero hay que llenar esto con algo, quizás con disgustos. Todo comienza a tener sentido.

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