jueves, 22 de abril de 2010
Capítulo 6
Fue muy doloroso saber que nadie, por más que se esforzara, podría despuntar de los demás. Claro, algunos llegarían a entenderlo primero que otros, pero todo era cuestión de tiempo para que todas las cabras estuvieran dentro del redil y el granjero cerrara la puerta. Es cierto, hay un trayecto que tiene como meta la felicidad, pero si algunos estamos más adelantados que otros, no es por otra cosa que porque comenzamos primero. Todos van a pasar por las mismas vicisitudes, es como algo que seguramente vemos todos los días, pero no se me viene a la mente ninguna comparación. Hemos dicho tanto, hemos escuchado y visto tanto, y no tengo nada que opinar al respecto. Si tan sólo supiera de qué estoy hablando, podría decir con seguridad algo, pero, si no les molesta, puedo seguir echando mentiras. En cuanto a los hechos, todo es verdad, pero en cuanto a los razonamientos queda la duda, aunque de tanto intentar puede que algo se aproxime a la verdad. A lo largo de nuestras vidas vamos adquiriendo experiencia, somos menos propensos al engaño, pero siempre hay nuevas trampas, nuestros avances son tan ridículos como los numeradores que tienen por denominador un signo de infinito. En lo que va de este escrito he caído en contradicción un número impresionante de veces, mientras tanto una guapa secretaria se limita a saber las tres o cuatro fórmulas necesarias para desempañar su trabajo, para después distraerse el fin de semana sin mortificarse nada por todas estas idioteces que yo me empeño en estudiar, pero yo a veces siento que soy importante, en un plano astral desde luego, que me codeo con espíritus influyentes, quienes, llegado el caso, podrán echarme la mano cuando tenga algún apuro del orden espiritual, porque ellos ya saben de lo que soy capaz, ellos me estiman. De hecho, en el mundo donde yo habito sí hay justicia, no hay corrupción, no hay cohecho, cada quien tiene lo que merece, pero no me voy a poner a explicar los criterios para determinar esto. Estoy pulverizando mi cerebro lindamente, haciendo especulaciones sin base, sin punto de partida, así, arbitrariamente, en el aire. Disculpen si sueno como si lo supiera todo. Bien, todo lo que les he contado ha sido real, pero no real como lo que contaba Cide Hamete Benengeli, es decir, no como un juego literario de jurar que dices la verdad cuando evidentemente estás fantaseando, sino que yo, a falta de una imaginación privilegiada como la de Cervantes, he decidido acometer la modesta empresa de contar algunos episodios de mi vida, con una que otra digresión. Ahora, también tengo que confesarles algo que me da un poco de pena, y es que el suceso central de esta historia, o sea el encuentro que tuve con el chamán del parque, ese que me mostró su reloj, y de quien tengo que proporcionar gran cantidad de especificaciones para sentirme seguro de que la gente entiende lo que yo quiero, cosa que habla de la evidente pobreza de recursos del autor de esta obra para darse a entender, ocurrió hace menos de una semana, tomando como punto de referencia el momento en que escribí esto, ustedes me entienden. Qué difícil es explicar estas cosas, pero eso no debe disuadirme de mi intención de ser escritor, porque mis exiguas facultades harían más meritorio el éxito que en alguien al que se le facilita la escritura. Tal vez más adelante me desembarace de la obligación que me he auto-impuesto de decir la verdad y nada más que la verdad, y comience a inventar alguna cosa digna de la atención de la gente. Creo que todos merecemos una oportunidad, y no quiero que esto comience a sonar como una súplica a los lectores y a las editoriales para que acepten mi obra y me conviertan en una celebridad; he visto gente más estúpida que yo encumbrada. Aparte ayer sucedió algo de interés nacional en mi cama, antes de caer en el sopor, y fue que vi, como que Dios existe, dentro de mí una escena que se explica de la siguiente manera: estaban unas diez personas sentadas en unas butacas viendo todas hacia una urna que tenía muchos papelitos adentro, misma que estaba siendo revuelta por las manos de una especie de presentador, lo que me pareció como un sorteo. Los de las butacas estaban nerviosos, como si se estuviera decidiendo algo de importancia. El presentador nombraba a cada uno y luego sacaban un papelito y a cada uno le decía la siguiente fórmula: “te tocó ser… Pablo, Miguel, Juan, etc”. Entonces vi el momento en que a alguien le tocaba ser yo y se mostraba emocionado. Digamos que esa persona en su otra vida tenía un nombre imposible de escribir con los caracteres que usamos acá. Entonces esa persona fue por el papelito y se esfumó la imagen para aparecer otra donde la misma persona desandaba el camino que iba de las butacas a la urna, y los que estaban en las butacas le preguntaban con curiosidad: “¿qué se siente ser Miguel?” Y la persona contestaba: “Casi siempre es un martirio ser ese chaval, pero tiene unos ratos en los que hasta sabe de nosotros, con eso les digo todo, así que muy recomendable eso de ser Miguel”. Y así terminó la visión. Puedo decirles que lo antedicho puede ser tomado desde ya como un dogma en materia de qué pasa antes y después de venir al mundo. También se demuestra con esta cosa, que la vida en efecto es una tómbola. Así que todo esto concuerda con mis interpretaciones de las señales comentadas en capítulos anteriores; voy poco a poco entendiendo lo que hay detrás de todo esto, y se siente tan bien. A este punto de mi vida es inevitable que de pronto me asalte la pregunta: ¿qué estoy haciendo con mi vida? Sí, estoy echando toda la carne al asador, por una quimera.
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