martes, 20 de abril de 2010
Capítulo 4
Es curioso que el capítulo anterior haya terminado con la palabra Copenhague. Creo que alguien debería ponerle orden a este revoltijo. Yo no, yo no nací para eso. Creo que ahí radica el genio: en renunciar a aquello que se nos dificulta y nos podría exprimir, para centrar todas nuestras energías en aquello que tenemos de virtuoso. Mi virtud es hacer buenas frases, frases ingeniosas, llenas de verdad; mi punto débil es respetar una secuencia lógica en las historias, pero desde que tengo la delicadeza de informar esto a mi lector, estoy completamente exonerado. Es importante recalcar que muchas veces queremos que un escritor siga hablando de un mismo punto, que no se desvíe de él, porque nos es particularmente deleitable; en la mayoría de los escritores encontramos que cuando dejan de hablar de algo en específico ya no lo vuelven a retomar; en el caso de esta historia que les cuento yo, hay la ventaja de que siempre está latente la posibilidad de que retome un punto que les haya gustado en particular. Por eso no les extrañe que de pronto haga oscuras alusiones a cuestiones tratadas en capítulos lejanos. Es entonces donde tendría yo que decir al lector: “sí, sí estoy hablando de lo que crees que hablo”, porque puede que le embargue la duda. Porque estoy seguro que la danesa me quería bien, no se veía interesada, y a veces pienso que fue mejor quedarme con esa impresión de ella, porque tal vez me hubiera partido el corazón si la hubiera conocido más a fondo, o tal vez hubiera cumplido con mis conjeturas. La verdad es que nadie sabe nada. ¿Cómo saber que tomé la decisión correcta? Lo que sí es que esas emociones me dejaron a merced de una enfermedad estomacal. Fiel reflejo de una mente confundida. Lo cierto es que si hubiera tomado el riesgo de ir tras la vikinga, ahora no estaría escribiendo esta tan ejemplar novela, es más, lo más seguro es que estuviera muerto ahora, después de haber sido devorado por unos caníbales costarricenses, porque para el sur se dirigían todos los europeos, ya los tenía bien estudiados a todos. Aparte, tarde o temprano tendría que reventar de marihuana; lo hice después, ya en la ciudad de mis desventuras. No quiero entrar en detalles en ese punto, porque esta es una historia alegre, en la que asciendo al final al cielo, una historia donde poco a poco voy descubriendo todo lo que está detrás de esto que estamos condenados a ver a ser a sentir, esto que algunos llamamos juego, juego que a veces se pone serio y duele, donde al final no importa nada, donde al final da igual si me cogí o no a la danesa, porque todo se lo comen los gusanos. Pero quiero pensar, por las señales antedichas relativas a los chamanes, que todo eso de los gusanos y la memoria en descomposición no son más que maneras de inducir pasiones que decidimos experimentar antes de venir, borrando para ello nuestro recuerdo de que todo esto lo diseñamos para que al final hubiera una inmensa explosión de alegría, porque de otra forma no tendría chiste, ya que sería como aquel beisbolista que finge pretender robarse la segunda base sabiendo que no lo hará, alejándose muy poco de la primera, sólo para ver qué se siente un poco de peligro, quiero pensar. Así que no se preocupen, ustedes y yo no tomaremos ese rumbo que se dice inevitable, porque las personas que hemos visto morir no han estado allí, dentro de esos cuerpos; esas agonías eran simples representaciones, ilusiones que uno mismo se impuso antes de venir, como si se tratara de una película de terror, para decir: “y eso me va a pasar a mí”, pero llega un momento en el que a todas las personas nos absorbe una luz, dejando acá abajo un cuerpo que hace como que sufre, pero allí adentro no hay nada señores, ahí dentro no hay nada, nunca hubo nada. Bueno, tal vez estoy llevando demasiado lejos mi fe. Pero pregunto: ¿Acaso a alguien le consta que no digo verdades y sólo verdades?. Al menos creo que dilato un poco el horizonte de las posibilidades. Digo que no es sólo que cada quien halla diseñado su vida antes de venir, sino que todos, que a fin de cuentas somos uno, decidimos todo, y andaremos transmigrando con esa única alma en todos los cuerpos, regresando y adelantando el tiempo, siendo todos al mismo tiempo, pero uno a la vez. Eso era lo que quería decir John Lennon en la canción de I am the Walrus, sólo que no se explicó bien el muchacho, pero lo perdono porque somos una misma cosa, él y yo y todos. Es normal que mis revelaciones no resulten claras, pues es necesario complementar aquellas palabras con un poco de intuición mística.
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