sábado, 17 de abril de 2010
Capítulo 1
Había recibido en los recién pasados días abundantes señales de que mi vida era magia que poco a poco se iba manifestando. Fue entonces cuando dije, quizás en un contexto no apropiado: si yo hubiera escrito mi vida, la habría escrito tal como va, pero a partir de aquí todo se saldría del orden natural, ese orden que ya no me conviene más, porque ya cumplió la función de hacerme sentir impotente, ahora digamos que, sin que yo tenga la batuta del mundo, las cosas se me irán dando, pero por sorpresa, siempre por sorpresa. Parecía que por aquella temporada todo cuadraba, todo eran casualidades felices, y sentía esa certeza inefable de que estaba en el bando correcto. Esta guerra tenía de convencional lo que tiene un derrumbe de la estructura universal, derrumbe que da miedo, pero nunca hubo otra pasión. La guerra de que estoy hablando es una que, como muchos lo habrán adivinado, la ganaba el que menos atacaba, el que más ayudaba al rival, predecible de mí. Fue tan grande la emoción de encontrar estas cosas de que hablo, que llegué a dudar del destinto, me sentía tan impaciente por lanzarme a la aventura, aunque pensé que sería mejor seguir atribuyéndole al destinto todo lo que pasa, pues no podía haber mejor estrategia. Ya estábamos todos los que teníamos que estar, donde teníamos que estar, conscientes de lo que éramos, y no teníamos que salir a emboscar a nadie, era suficiente tomar una cerveza de vez en cuando y escuchar la música que íbamos descubriendo. Sin duda cambió todo a raíz de ese encuentro crucial que me obligó a pensar que todo esto apuntaba hacia arriba, directo hacia arriba, de aquí en delante. Tal vez no nos libraríamos por completo del nudo en la garganta ni de la duda ni del agotamiento, tampoco nos apoderaríamos del universo ni someteríamos a nadie a nuestros decretos, pero una luz indicaba que algo bueno esperaba en el camino que ya habíamos tomado y no tenía vuelta atrás. Traté de comunicar esto a los demás pero no me supe explicar, aun así me rehusé a creer que estaba solo. Lo único que yo deseaba era un poco de heroísmo, un poco de alegría en la adversidad, para demostrar, porque después de todo nunca pude dejar de ser vanidoso, que podía lograrlo, que podía alcanzar la felicidad de un modo inusual, tal vez a la manera de los fornidos vikingos, pero yo con todo lo contrario de fornido, pongamos enclenque. La frase que dice que el universo tiene posibilidades infinitas se añadió al aparejo, el cual se constituyó exclusivamente por cosas de ese estilo. Para que se entienda mejor, no ocupé nada material, salvo las cosas más elementales. No me dio ningún remordimiento con mis detractores, puesto que ahora todo lo que iba a suceder era que los papeles se invertirían, yo en lugar de ellos, ellos en lugar de mí, y buena suerte, aunque nada estuvo nunca en mis manos, de hecho yo nunca supe hacia dónde me dirigía y nunca lo sabré, pero algunas cosas pueden entreverse. Todo lo que me sucedía era una señal de algo, lo cual era una señal palpable de que estaba deviniendo en loco. Había que seguir en el camino a pesar de eso, pues no había opción más halagüeña. Me convencí de que valía la pena arriesgar aquella vida insulsa por estas señales difusas; era cuestión de corazonadas. Corazonadas que me iban llevando de un lugar a otro, formando así un camino del que desconocía su desembocadura, misma que temía pudiera ser el manicomio. Quizás buscaba un lugar entre los intocables, aquellos que andan errando por el mundo con sus capas azules, abordando prospectos en las calles, poniéndolos a prueba, para reclutarlos en un futuro si cumplen con los requisitos, ignoro los requisitos. Entonces mi propósito era ser un mendigo, pero no un mendigo cualquiera, yo hablo de esa clase de mendigos que sólo conocemos los que estamos a punto de convertirnos en ellos, los mendigos interestelares. Estos mendigos están fuera de toda ley terrena, por lo que se puede ver a simple vista, se muestran siempre alegres y agudos, con la respuesta pronta. Curiosamente me encontré con un libro que trataba principalmente de un mendigo de este tipo, El Anticuario de Sir Walter Scott, por mera casualidad, sin estar buscando nada relacionado con mendigos, justo después de haber tenido el encuentro con un mendigo que me dio la impresión de que sabía de mí más de lo que cualquier desconocido podría, lo cual tomé por otra señal naturalmente, aunque el escéptico lector pueda pensar que sólo soy un ingenuo que se dejó impresionar. Tal vez el lector sea una persona que aún no está lista para ascender a ese rango espiritual, por no encontrar palabra más adecuada. Pero eso no era todo, porque yo sabía perfectamente que ascender a ese rango requería de una fe ciega que yo no estaba cerca de adquirir, pues aún tenía que recibir más señales, señales contundentes que demostraran la existencia de un interés de la liga espacial de mendigos por mí. Esos mendigos de capa azul, conocidos en México como chamanes, supongo que se divierten cambiando de apariencia física, y con diferentes apariencias lo encuentran a uno en momentos especiales de la vida, pero siempre son el mismo, y van viendo qué tanto has progresado en términos filosóficos. Tienen un don para llevar la conversación en pocos minutos de algo trivial a algo mágico. Siempre da la impresión de que ellos te pueden ver todo el tiempo a través de un portal cósmico especial que les permite verte, pero tú no verlos a ellos. No sé si me sigan los lectores en este punto; probablemente todo esto les parezca digno de enfermo mental, pero estoy seguro que por lo menos les parece curioso. Todos te hacen creer que saben lo que has vivido y lo que vivirás, pero no te lo dicen de manera abierta, sólo te dan pistas, para no arruinar la sorpresa, que es lo más importante en la vida. Yo creo que el quid de esos encuentros es que uno renueve la esperanza de que detrás de todo esto hay algo más, y de que en el futuro comenzarán a ocurrir milagros más a menudo; esas personas dejan una sensación mágica, como si hubieras hecho una corta visita a un lugar fuera de la realidad. Yo creo que en parte andan reclutando; a lo mejor un día me llevan y me muestran sus conocimientos. También existe la posibilidad de que tengas que entregar tu alma a esa cosa, para formar parte de ella, y que luego ese chamán que es todos los chamanes del mundo, tenga una nueva piel donde meterse. Suposición que ciertamente me aterra, pero que sería conveniente considerar en todo momento. Todo era cuestión de no dejarse llevar con añagazas a esos ritos de iniciación donde seguramente se efectúan los traspasos de almas. Aparte, había que conservar la calma, no emocionarse, no precipitarse tomando una decisión sin haber visto todas las opciones. Lo bueno era que se vislumbraba un bando bueno y otro malo, lo cual comenzaba a simplificar las cosas; ahora la tarea era elegir el correcto, esperar hasta estar bien seguros. Ahora sabía, por medios sibilinos que no podría explicar pero que me daban esa certeza, que existía realmente eso que tantas veces hemos visto representado en el diablo y Dios, después de todo tendría que haber una razón por la cual aparecieran esos símbolos con tanta insistencia en nuestras vidas. Entonces, después de haber ordenado todos estos hechos, me dispuse a seguir mi vida respetando lo más que pudiera los mandamientos de la santa iglesia católica, en su más estricto rigor, sin seguir el mal ejemplo de los dirigentes, sino lo que dice la Biblia, más que nada.
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