jueves, 29 de abril de 2010

Capítulo 11

Hay siempre un engaño envuelto en buen olor. Se puede sentir la ternura y el terror al mismo tiempo. Hay algo ahí, una aguja en un pajar en esos ojos y todo lo demás. Uno va con ilusión al principio, luego es cautela, luego desconfianza. Tal vez quedamos arruinados la primera vez, trastornados para no poder reconocer el verdadero refugio, el cálido regazo. Ahora vemos con desconfianza la salvación. Es sólo un cuerpo, decimos, una cosa que se mueve a base de procesos orgánicos repugnantes. Bueno, puedes decirlo de ese modo científico o puedes llamarlo amor, dando rienda suelta a la pasión. Cada quien lo dice como quiere, según su circunstancia. Llevo a cuestas un montón de confianza que ya me está pesando y quiero ponerla en un lugar seguro, pero ya estoy arruinado, aparte es más complejo que eso, porque tampoco puedo adoptar el papel de víctima, el papel de santo, porque eso ya depende del juicio de cada quien. De seguro yo también he arruinado a otros, sin darme cuenta, dándome cuenta pero sin poder evitarlo. Claro, todo eso va implícito, pero la vida tiene la irresistible ventaja de terminar siempre igual. De ahí que uno pueda arriesgar sin verdaderamente arriesgar. Pero eso es muy fácil decirlo. La mayoría de nosotros, aun sabiéndolo, no arriesgamos nada, y nos quedamos así, pasmados, sabiendo que no arriesgar es muy peligroso también, pero no importa, es cómodo, es actualmente cómodo, y algo que es más poderoso que nuestras convicciones nos estanca. Ser feliz podría ser tener el ánimo para jugar con la nada, es decir, arriesgar, intentar empresas alocadas, pero, siempre hay un pero, es muy probable que duela y que duela a corto plazo, y no queremos que duela a corto plazo, preferimos que duela a largo plazo, aunque sepamos muy bien que todo esto no es nada, entonces por eso nos comportamos casi siempre como ovejas, por eso seguimos el camino de la muerte lenta, de la larga agonía, por eso nos cuidamos, vamos al doctor y buscamos alcanzar ese estado en el que podemos decir que ya vivimos, que tenemos experiencia y jactarnos de ese logro tan absurdo, aunque sea implícitamente. Pero yo venía a hablar de la posible relación de un cuerpo humano vivo, con pulso cardiaco estable, buena dentadura, piel sana, buena digestión, todo eso, con la salvación de otra persona que más o menos anda en las mismas. Quizá sea un engaño, pero cómo saberlo. Tal vez esas cosas del amor sólo sirvan para pasar un buen rato en este mundo, prolongar la existencia lo más que se pueda y luego lo mismo, la muerte, dejando todo ese idealismo en algo intrascendente. Pero la vida tiene la bondad de terminar siempre igual, hayamos o no hayamos tomado las decisiones correctas, hayamos o no hayamos alcanzado la felicidad, todo lo que sube baja, y luego un reinicio, una temporada de no ser que desde luego nunca fue, y otra vez ser. Lo bueno de la temporada de no ser que desde luego nunca fue, es que otras personas que sí son durante esa temporada, pueden ver lo que es no ser, es como ver a un niño menor de 3 años, ese niño no es, o tal vez sí sea, pero qué importa, nadie de los que lean esto podrá recordarlo. Uno siempre dice cuando ve un niño menor de 3 años: “yo no recuerdo esa etapa de mi vida, sin embargo tuve que haberla vivido, sentido, etc”. Lo que sucede es que es imposible recordar un momento en el que no fuimos, es imposible no ser, siempre somos. Qué mierda esta. ¿Es decir que dentro de esos pigmeos traviesos e hiperactivos no hay nada? ¿Que sólo aparentan sentir cuando son un mecanismo? Elemental, mi querido Watson. He ahí la razón por la cual, inconscientemente, todos deseamos llegar a esa edad donde con frecuencia aparece la demencia senil, que asemeja mucho la infancia, quizá con la esperanza de estar ahí, pero sólo como materia, habiéndonos desprendido de ella, igual que como aproximadamente a los 4 años nosotras, las almas, nos vamos metiendo en los cuerpos y confundiéndonos de tal modo con ellos que nos volvemos una sola cosa. Los cuerpos se venden al mejor postor. Por eso yo digo que la felicidad está más allá del éxito. La felicidad es igual que la tristeza, todo es una cuestión interior, no hace falta que los demás se enteren de lo que nos ocurre, no ganaríamos nada de todas formas, es imposible explicar lo que uno siente, la gente se ufana de su felicidad y su salud y la pregona por doquier, no me atrevería a decir que son estúpidos, ni siquiera son, ni siquiera somos, bajo el concepto de ser equivocado que hemos tenido, porque por otra parte sí somos, pero sólo hasta donde nos lo permite la estrechez de nuestros alcances cognoscitivos, que son nulos, por supuesto. He ahí una clara explicación de la paradoja del ser. Realmente la muerte nos iguala gentilmente a todos. A eso le llamo yo justicia. Dice la gente que el mundo es injusto, y tienen razón, pero también es extremadamente justo, sobre todo cuando uno aprende a gozar el sufrimiento y a ver en la muerte un escape glorioso. No me atrevería tampoco a decir una definición concisa de la muerte, porque con qué autoridad puedo yo arrogarme esa facultad. También el hecho de movernos constantemente envueltos en misterios debería ser agradable, pero todo depende de la salud, todo depende de muchos factores, y por eso la gente está disculpada en ser estúpida graciosa pesimista optimista melancólica o alegre. Nadie decide qué actitud tomar ante la vida. Uno no toma nada, la vida es la que lo toma a uno y le encasqueta a uno una actitud, sin que uno pueda hacer demasiado al respecto. Y claro, ayer pensábamos una cosa y hoy otra, y eso debe ser porque es inútil pensar, es inútil buscar, no hay nada que buscar en la nada, es sólo un juego vacío, y me gusta, me gusta incluso cuando me disgusta y cuando me siento dominado por el abatimiento. O tal vez no me guste, pero hay que llenar esto con algo, quizás con disgustos. Todo comienza a tener sentido.

martes, 27 de abril de 2010

Capítulo 10

Lo que sucede realmente es que no puedo perdonarme no saber algo que mis interlocutores saben, no poder decir el mejor comentario de la noche; tampoco puedo perdonarme quedarme a media frase, con la palabra en la punta de la lengua, y que alguien más me la complete. Eso es lo que me tiene triste y mortificado, simplemente no puedo soportarlo. Luego llego a mi casa y checo en el diccionario si aquella palabra rimbombante que utilicé en la charla no estuvo mal aplicada. Por lo general resulta que la utilicé mal y caigo en una inconformidad muy grande conmigo mismo. Ese es todo mi problema, no necesito un psicólogo, ya sé lo que tengo, soy un perfeccionista, y es bueno reconocerlo. Otra cosa que detesto de mí es que con frecuencia caigo en el despropósito, no veo lo que es obvio y soy motivo de risa, cuando mi pretensión es todo lo contrario: quiero ser perfecto, tener el chiste pronto, oportuno, la solución al problema. Eso es lo que me ha estado carcomiendo los últimos años y no lo había notado. Trato de reírme de mis errores, pero me engaño, no es una risa sincera, mi razón no puede hacer nada contra mi estúpida naturaleza perfeccionista. Cada naturaleza se inclina a diferentes estupideces. Claro que habemos algunos más complicados que otros. Yo soy una cosa complicada, soy un reto para mí mismo. Quizás por todo eso soy bueno escribiendo, pero muy a pesar de mi salud, porque tengo que hacer muchos corajes, muchos esfuerzos para aprender esas palabras, para encontrar esa frase que describe lo que ocurre en el llamado inconsciente. Al menos saberlo, escribirlo, que los demás lo vean, me hace sentir un poco aliviado. Ahora puedo contarles la historia de alguien que estaba muy borracho y no sabía lo que hacía y andaba dentro de un antro a los tumbos chocando con objetos y personas y luego un bravucón lo agarró a golpes y yo le dije: ¡poco a poco señor!, que no ve usted que este pobre desvalido está inconsciente, lo que quiera con él conmigo, entonces me sacó una pistola y los espectadores exclamaron: ¡ah! y corrieron algunos, otros, los más valientes, se quedaron a presenciar el día en que fui poseído por Chuck Norris, me le aventé al cabrón y le doblé la mano de la pistola y le saqué la pistola y luego le puse la rodilla en el cuello y le dije: “bergante, basta de tus tropelías, hoy es el último día en que humillas a alguien con tu pistolita”, entonces le quebré el cuello con una técnica que yo conozco, con la cual uno se va tranquilo con la seguridad de haber dejado paralítico a su oponente del cuello para abajo. O sea que le desgracié la vida de lo lindo al sicario ese, quitándole aparte la posibilidad de meterse él mismo un balazo en la cabeza y terminar con su penosa vida. Y es que se lo tenía bien merecido. Ahora, volviendo a lo otro, he pensado que sería bueno comenzar a juntarme con gente más inculta, pero resulta que me gusta competir con los grandes y ganarles. Pero yo sé perfectamente que todo eso es vanidad, que la vida es un parpadeo, que no debería dejarme impresionar por las narices ni por los autos ni por el dinero ni por la locución de los otros, pero soy muy susceptible.

lunes, 26 de abril de 2010

Capítulo 9

Preferí platicar conmigo mismo, era un momento importante en mi vida, mis párpados se habían caído, era la señal, el final se aproximaba. Tal vez un gol o dos en el partido del lunes, una gloria de ese estilo, y adiós mundo cruel (habrá que hacer una conjetura al respecto). Comencé a ver a los demás como cosas extrañas, muy apartados de mi realidad, entretenidos en otras bagatelas, tampoco estoy tratando de dramatizar con este asunto, pero bueno, las conversaciones de los demás eran del tipo de aquellos que tienen largo camino por recorrer en este mundo, en cambio mis discurrimientos internos eran lo contrario. Decidí consagrarme a disfrutar el mareo y el debilitamiento que tenía, el hueco que se movía a la altura del páncreas. El de la autopsia dirá a mis padres: este chico tenía cáncer de páncreas. Y mis padres: pero cómo no nos dimos cuenta. El médico: es que mírenle los huevos. Y en devaneos de ese estilo se iba la noche mientras los demás hacían lo suyo. Todavía hay mucho por conocer, pero supongo que da igual conocerlo y no conocerlo, todo parece ser orgánico. La gente se encarga de meterle miedo a uno con respecto a la muerte, pero quizás no sea tan mala, hay veces que es lo más sano. Cuando aprendes a ver a la gente feliz desde tu perspectiva dolorida sin sentir envidia, antes sintiendo un cierto placer extraño, el dolor es placer y el placer es dolor, es entonces cuando te has vuelto un hombre y estás listo para lo que viene. Al menos yo así lo veo. Totalmente solo, sin que nadie sepa que sufres, en medio de un mar de desdichas, ahí estás, en tu elemento, en la vida misma, disfrútala. Todavía una ligera tentación de contar las penas a alguien, para sentir compañía, no, no vale la pena, esto se practica solo, se disfruta solo, no hay palabras que valgan. Hay un escalofrío, señal de que vamos al paraíso, una pesadez, un piquete en el corazón, la esperanza de morir dormido, pero no, a la mañana habrá más de eso, y después quizás se te pase, pero volverá, eventualmente volverá y será justo cuando creas que has salido de ese ciclo de recaídas y recuperaciones. Un día las palabras dejarán de tener significado, parece que falta mucho para eso todavía, y ese día será el último, anda, esfuérzate, apura un poco el proceso, es la verdad, la muerte, la carencia de significado en las palabras es la verdad, no le temas a la verdad, quieras o no quieras a ella te enfrentarás, es dura, pero es la verdad, te enseñará cosas tal vez con mano dura, si te sirve de consuelo para todos será igual. Ahora puedo estar tranquilo. Parece increíble, pero necesito escribir estas cosas para sentirme tranquilo, debo estar loco, espero que la muerte acabe con este estado tan vergonzoso de cosas. Ustedes saben, allá afuera hay contiendas donde se esgrimen sólo nombres propios. Salvador Dalí. Andy Warhol. Eva Perón. Richard Wagner. Walter Scott. Samuel Becket. Directores de cine que ignoro. Bueno, está bien, tal vez soy demasiado susceptible, pero yo no tengo nada que ver con estas letras. No podría escuchar lo que quiero de las demás personas si les hablara directamente de todo esto, entonces me quedo callado, en mi mente hay varios que pueden platicar animadamente, aunque sea un rato, no son mis únicos amigos, bueno, gente con la que platico. Al menos los que están dentro de mí mente me dejan tranquilo con la certeza de que todos son yo, ahí no puede haber rivalidad de ningún tipo, ni abierta ni oculta. De todas maneras buscaré un poco de honor en este mundo, aunque parezca una cosa vana. No creo poder soportar la emoción de estar dando un discurso para mucho público, sus miradas penetrantes para mí que soy tan susceptible serían letales. No me da pena admitir mi debilidad, yo no soy yo, no se me da un ardite lo que suceda conmigo, puedo andar de aquí para allá, sintiendo cosas, gratis, al final la muerte, qué emoción, linda consola la tuya. Lo sé: ellos no pueden ser más que yo; lo siento: ellos parecen ser más que yo. Frase magistral aquélla, que no sirve para nada. Acaso en otra vida lea esto y diga: no le entiendo nada a este pendejo, o tal vez diga: este muchacho tenía agallas para pensar lo que pensaba, era muy denodado. También cabe la posibilidad de que el universo se quede sin espectador para toda la eternidad. Habría quizás otros espectadores, pero no yo, el único, el verdadero espectador de espectadores. Ando en vena. Definitivamente resulta evidente que ni siquiera el pesimismo es ilimitado, hay dentro de él un trampolín al fondo que catapulta hacia algo mejor, cada vez mejor. Mira, si eres un perdedor, para que te sientas mejor piensa que no somos nada. Debes tener serios problemas para escribir lo que escribes. Después de todo es sólo una vida la mía, tal vez un poco extraña, pero al fin vida, con sus cosas, las cosas que tienen todas las vidas, latidos de corazón, sensaciones, ¿apoco creías que estabas mejor posicionado que yo? No, todos somos lo mismo, un día tus músculos y tu brillante cerebro se harán polvo, suena trillado, lo sé, pero sigue funcionando en estos tiempos para hacer pensar a los musculosos y a los que tienen buenas memorias. Puedes ponerlos en su lugar diciéndoles que polvo son y en polvo se convertirán, a falta de cualidades para cobrar venganza por tu propia mano. Al final será lo mismo. Hay que esperar, es cierto, incluso tal vez no tengamos el gusto de verlos morir, pero la regla parece estar fija: al paso del tiempo el desgaste descompone las cosas. Debe llegar un momento en el que te olvidas de todas las fruslerías del mundo y decides dejarlo todo, perdonarte todo, y te entregas al dolor. Ah, por cierto, aquí había una historia que contar, y el que sea un poco avispado notará que sigo contándola, a medida que voy viviendo voy escribiendo, es como una novela en tiempo real, no hace falta ser muy claros en el asunto, porque de todas maneras las tramas de las historias siempre son decepcionantes. Bueno, tal vez no tenga razón, tal vez muchos estén en desacuerdo, pero no pretendo ser un razonador infalible, sólo hablo por hablar, ¿algún problema?. Pero con quién peleo. Pues con los críticos, por adelantado. La pulla es una reacción humana, una manera de convivir, es la manera sutil con que nos destruimos, y nunca dejaremos de practicarla, nos apasiona, es probablemente lo único que podría mantenernos vivos. Yo siento que a veces abuso de la pulla, pero no soy yo, es mi naturaleza. La naturaleza es por naturaleza injusta.

domingo, 25 de abril de 2010

Capítulo 8

Dónde me van a decir mi futuro. Cuándo seré algo imponente. Una piedra o el peinado de drácula. Usted es el que tiene la culpa. No, no es cierto, es aquello que no conocemos. Está bien, mientras sepamos que no importa. Cuántas veces he dicho no importa con las entrañas quemando. Sigue sin tener importancia arriba. Sólo date una buena ducha y ve al parque. Podrás distraerte. Despejar la mente para volver a la refriega. Al menos en la noche, acostado, me queda la seguridad de que nadie advertirá mi desmayo. En esas circunstancias uno confunde desmayo con dormir. Claro, es la tranquilidad que da la noche, cuando nadie espera nada de nadie, bonito armisticio. Dígale al señor que ya cambie las palabras, dice y dice las mismas, es hora de utilizar todo el bagaje, aunque no venga al caso. Por favor, no me haga la vida más pesada, conozco algunas palabras, puede usted decir las que guste, yo se las entenderé, pero no me pida que yo utilice una gran cantidad en el momento indicado, mucho menos cuando no vengan a pelo, tengo un poco resbaladiza la memoria. Podríamos utilizar vigoroso aparejada con cocaína, siempre se ofrece una palabra cuando aparece la otra, hacen bonita pareja, téngalas siempre listas juntas, no deje que se desbalaguen. Yo venía caminando por aquí, no es mi culpa, se lo prometo, yo ni siquiera lo conozco, qué podría tener yo en su contra. ¿Y cómo explica las manchas de sangre en su camiseta?. Yo, señor, soy matarife de profesión. Haremos un dictamen minucioso de lo acaecido. Podríamos dejarlo así señor, ¿qué gana usted con eso?. En otras circunstancias te metería preso, pero hoy no tengo ganas de ponerme a averiguar. Puedes irte, sólo si me prometes que has dicho la verdad. Señor, yo nunca le mentiría a nadie. Con eso me basta. El que sigue. Evite en la medida de lo posible construir historias coherentes, muévase un poco a la izquierda, ahí está bien, ahora sonría. Está usted contratado, felicidades, tiene derecho a acostarse cuando menos una noche con la señorita reclutadora, la de recursos humanos, esa que le hizo la primera entrevista, ¿la recuerda?. Cómo no, si es hermosa. Sólo usted ha sabido ganarse el premio de tenerla a su disposición por una noche. Ah, y cualquier mala cara o mala gana de parte de ella me la remite, yo sabré cómo arreglar la situación, aunque ella es muy servicial, no tendremos que llegar a esos extremos. Usted no se desespere, para eso lo tenemos aquí, para que haga estupideces, pero hágalas bien, hágalas con pasión, con ímpetu, como cuando no le pagaba nadie por hacerlas. Mire señor, yo tengo mis horas de euforia, mis horas de inspiración, usted no puede venir a decirme a mí a qué horas canto la canción o a qué horas me quito la camisa y le muevo la panza al gerente, mucho menos, y en esto si tenga mucho cuidado, vendrá usted a decirme la hora en que yo festejaré con mi característico aullido, porque ni siquiera yo sé cuándo ocurrirá, son cosas de factores que convergen, no depende de mí ni de nadie. Bueno, me conformo con la respuesta que me ha dado. Incluso le daré un aumento, es más, puede usted irse temprano, y si quiere llevarse de nuevo a la secretaria no se detenga, tiene luz verde. Mire señor, tampoco quiero despertar la envidia del personal, mírelos, trabajan como mulas de carga. Bueno, haga usted lo que quiera. Era broma señor, nos vemos el lunes puntualmente a las tres de la tarde, y no vaya echar de menos a la secretaria, me la voy a llevar. Alto. Usted se desmandó. No, no me refiero a usted, naturalmente, me refiero al que escribe. Ah sí, a ese cuélguenlo en la plaza, pero será mejor que sólo lo amenacen, tal vez así se haga mejor con las palabras. El miedo nos obliga a desenterrar recursos impensados, en su caso podremos rescatar algunas palabras en peligro de extinción. No se olviden de reconocerle tal esfuerzo. Sin duda enriquece nuestra cultura con sus expresiones tan jocosas, pero eso no es suficiente para que se gane la vida, tiene que hacer algo más aparte. Lo pondremos a lavar los baños, quizás así escriba aún mejor y recuerde una de esas expresiones para expresar dolor. Debe haber muchas por ahí en los libros, sólo él puede desenterrarlas. Hay una que dice: pagan justos por pecadores, pero esa no viene al caso. Ahora quién está hablando con quién. Alto. Vuelva usted a la senda de la cordura, todavía está a la mano. Venga, volvamos a ese tedioso camino que tantos frutos le ha dejado a los que lo toman.

sábado, 24 de abril de 2010

Capítulo 7

Siento un vacío muy desagradable a la altura del estómago, no sé qué es, puede ser el hecho de que llevo años sin tocar a una mujer. Me da miedo el asunto de las mujeres, las hay crueles y tiranas, que son las que me gustan, las hay generosas y amables, que son las que no me gustan. Además siempre siento que tocar a una mujer, aun con su consentimiento, conlleva grandes responsabilidades. No tendría problema en estar con una mujer perversa, pero ellas sí lo tendrían, aparte, las mujeres generosas y amables compensan bien su fealdad, quedando tablas con las guapas, ya que las guapas se creen mucho y quieren controlarlo a uno abriendo y cerrando sus cricas. Bueno, ya cállate y duérmete. Bueno, de todas formas la mente va hacer lo que quiera. Lo que me preocupa es si lograré tener una erección con una mujer generosa y amable. No quiero arriesgarme a una situación tan bochornosa, podría ser letal, mejor me quedo aquí leyendo mis libros, ellos nunca me avergüenzan, y quizás hay más razón para que yo me avergüence ante ellos que ante una mujer que no puede provocarme una erección. No podría ser más explícito en este asunto, tampoco mencionar nombres, porque podría llegar a ser ofensivo y no quiero ofender a nadie. Es en este punto donde tengo la tentación de copiar literalmente una frase de Moby Dick, que dice: “al final siempre queda el consuelo de que todo estaba destinado”. Mi incapacidad para entender las cosas a la primera me obliga a preferir los libros sobre las películas. Hay que ser serio y perseverante en las idioteces para poder sobresalir, en especial cuando estamos hablando de alguien que no tiene resistencia para conocer, poco a poco, la jerga de un ambiente en particular. No es un gran trabajo andar por ahí entre los drogadictos algunos años y después escribir una buena novela. Ya está todo resuelto, los personajes, las frases, la trama, todo, porque ya lo experimentaste. Pero cuando eres uno de esos que no les gusta nada, ni las mujeres, ni los hombres, ni los cigarros, ni el alcohol, ni nada, y no por que no quiera, si no porque no puede, entonces lo que tienes que hacer es: cuando se te ocurra una buena frase escribirla, aunque esté fuera de su contexto ideal, pues no queda de otra. Además, sucede con mucha frecuencia que los escritores preparan un ambiente para una sola frase, para poder decirla y que brille en su máximo esplendor. Yo por ejemplo tengo la siguiente frase que podría ir muy bien en una novela de un muchacho que representa la crisis de valores humanos que se están perdiendo con la juventud de ahora: “ahí está mi tío, pero no sé cómo dirigirme a él, temo que pueda sonar demasiado circunspecto, demasiado igualado; ¿le diré tío, le diré por su nombre, le diré oiga, le diré oye? Mejor no le hablo”. Y esa resolución de preferir no hablarle al tío por temor a sonar impropio, es algo que me sucede a mí con frecuencia y es algo que tengo que decir al mundo, pero no voy a escribir 200 páginas o más, para poder meter justificadamente esa frase. Lo que trato de hacer es escribir sólo esas frases, unas tras otras, con el menor número de arreglos alrededor, porque eso es lo que por lo menos yo busco en una obra. Me gusta la carne. Todo eso que se construye alrededor, sí, puede ser muy útil para mayor comprensión, pero aburre, sobre todo cuando es una descripción de un edificio o un terreno accidentado, llena de zarandajas. Llegó de repente la tristeza, cuando estaba en compañía de personas que le tienen por gracioso, y fue entonces cuando dijo: “vamos, qué quieres demostrar con esa sonrisa”. Ciertamente uno no sabe qué actitud tomar ante esas emociones ineluctables. Todavía en esas circunstancias uno se siente obligado a guardar ciertos miramientos indispensables aun en caso de estar al borde de la muerte. Uno no puede disgregarse así como así, sin avisar, porque eso sólo provocaría más de lo que no queremos, más atenciones que no queremos ni dar ni recibir. Las armas se hicieron originalmente para exterminar los fantasmas y espíritus, por eso la gente de antes ponía sus pistolas en los porches, al alcance de todos los mortales, quienes sabían perfectamente que no había necesidad de robar el arma, puesto que todos tenían la suya y no hacían falta tantas para acabar con los espectros. Pero después el mundo adquirió ese carácter cruel al que nos hemos habituado. Lo importante siempre ha sido hacer bullicio en la mente, decir cualquier cosa, porque las palabras de pronto nos sorprenden, uno va diciendo por ahí sinsentidos y de pronto sale algo que sorprende, una combinación feliz de palabras que usamos a diario pero que nunca se habían combinado de esa manera, entonces uno se siente como lleno de endorfinas. Yo dije ayer algo muy bueno para escribir, pero ahora no lo recuerdo, sólo recuerdo que me dejó una sensación de satisfacción, que desde luego se esfumó rápidamente, como todas las satisfacciones. Era algo así como que yo ya sabía de qué se trataba el asunto, yo ya platico muy seguido con aquellos entes que sólo piensan y se meten en los pensamientos de quien quieren, y les dije algo que les gustó, era una frase en particular, la cual decía: quién puede saber más que yo lo que es la existencia, yo soy la existencia, en eso nadie me gana. Y eso pueden aplicarlo mis lectores, si gustan.

jueves, 22 de abril de 2010

Capítulo 6

Fue muy doloroso saber que nadie, por más que se esforzara, podría despuntar de los demás. Claro, algunos llegarían a entenderlo primero que otros, pero todo era cuestión de tiempo para que todas las cabras estuvieran dentro del redil y el granjero cerrara la puerta. Es cierto, hay un trayecto que tiene como meta la felicidad, pero si algunos estamos más adelantados que otros, no es por otra cosa que porque comenzamos primero. Todos van a pasar por las mismas vicisitudes, es como algo que seguramente vemos todos los días, pero no se me viene a la mente ninguna comparación. Hemos dicho tanto, hemos escuchado y visto tanto, y no tengo nada que opinar al respecto. Si tan sólo supiera de qué estoy hablando, podría decir con seguridad algo, pero, si no les molesta, puedo seguir echando mentiras. En cuanto a los hechos, todo es verdad, pero en cuanto a los razonamientos queda la duda, aunque de tanto intentar puede que algo se aproxime a la verdad. A lo largo de nuestras vidas vamos adquiriendo experiencia, somos menos propensos al engaño, pero siempre hay nuevas trampas, nuestros avances son tan ridículos como los numeradores que tienen por denominador un signo de infinito. En lo que va de este escrito he caído en contradicción un número impresionante de veces, mientras tanto una guapa secretaria se limita a saber las tres o cuatro fórmulas necesarias para desempañar su trabajo, para después distraerse el fin de semana sin mortificarse nada por todas estas idioteces que yo me empeño en estudiar, pero yo a veces siento que soy importante, en un plano astral desde luego, que me codeo con espíritus influyentes, quienes, llegado el caso, podrán echarme la mano cuando tenga algún apuro del orden espiritual, porque ellos ya saben de lo que soy capaz, ellos me estiman. De hecho, en el mundo donde yo habito sí hay justicia, no hay corrupción, no hay cohecho, cada quien tiene lo que merece, pero no me voy a poner a explicar los criterios para determinar esto. Estoy pulverizando mi cerebro lindamente, haciendo especulaciones sin base, sin punto de partida, así, arbitrariamente, en el aire. Disculpen si sueno como si lo supiera todo. Bien, todo lo que les he contado ha sido real, pero no real como lo que contaba Cide Hamete Benengeli, es decir, no como un juego literario de jurar que dices la verdad cuando evidentemente estás fantaseando, sino que yo, a falta de una imaginación privilegiada como la de Cervantes, he decidido acometer la modesta empresa de contar algunos episodios de mi vida, con una que otra digresión. Ahora, también tengo que confesarles algo que me da un poco de pena, y es que el suceso central de esta historia, o sea el encuentro que tuve con el chamán del parque, ese que me mostró su reloj, y de quien tengo que proporcionar gran cantidad de especificaciones para sentirme seguro de que la gente entiende lo que yo quiero, cosa que habla de la evidente pobreza de recursos del autor de esta obra para darse a entender, ocurrió hace menos de una semana, tomando como punto de referencia el momento en que escribí esto, ustedes me entienden. Qué difícil es explicar estas cosas, pero eso no debe disuadirme de mi intención de ser escritor, porque mis exiguas facultades harían más meritorio el éxito que en alguien al que se le facilita la escritura. Tal vez más adelante me desembarace de la obligación que me he auto-impuesto de decir la verdad y nada más que la verdad, y comience a inventar alguna cosa digna de la atención de la gente. Creo que todos merecemos una oportunidad, y no quiero que esto comience a sonar como una súplica a los lectores y a las editoriales para que acepten mi obra y me conviertan en una celebridad; he visto gente más estúpida que yo encumbrada. Aparte ayer sucedió algo de interés nacional en mi cama, antes de caer en el sopor, y fue que vi, como que Dios existe, dentro de mí una escena que se explica de la siguiente manera: estaban unas diez personas sentadas en unas butacas viendo todas hacia una urna que tenía muchos papelitos adentro, misma que estaba siendo revuelta por las manos de una especie de presentador, lo que me pareció como un sorteo. Los de las butacas estaban nerviosos, como si se estuviera decidiendo algo de importancia. El presentador nombraba a cada uno y luego sacaban un papelito y a cada uno le decía la siguiente fórmula: “te tocó ser… Pablo, Miguel, Juan, etc”. Entonces vi el momento en que a alguien le tocaba ser yo y se mostraba emocionado. Digamos que esa persona en su otra vida tenía un nombre imposible de escribir con los caracteres que usamos acá. Entonces esa persona fue por el papelito y se esfumó la imagen para aparecer otra donde la misma persona desandaba el camino que iba de las butacas a la urna, y los que estaban en las butacas le preguntaban con curiosidad: “¿qué se siente ser Miguel?” Y la persona contestaba: “Casi siempre es un martirio ser ese chaval, pero tiene unos ratos en los que hasta sabe de nosotros, con eso les digo todo, así que muy recomendable eso de ser Miguel”. Y así terminó la visión. Puedo decirles que lo antedicho puede ser tomado desde ya como un dogma en materia de qué pasa antes y después de venir al mundo. También se demuestra con esta cosa, que la vida en efecto es una tómbola. Así que todo esto concuerda con mis interpretaciones de las señales comentadas en capítulos anteriores; voy poco a poco entendiendo lo que hay detrás de todo esto, y se siente tan bien. A este punto de mi vida es inevitable que de pronto me asalte la pregunta: ¿qué estoy haciendo con mi vida? Sí, estoy echando toda la carne al asador, por una quimera.

miércoles, 21 de abril de 2010

Capítulo 5

A veces pienso que podría escribir cualquier cosa, incluso en un idioma de otro planeta, y sería lo mismo. Pero tal vez la gente no concuerde con esta idea, así que tendré que seguir escribiendo inteligiblemente, esclavizándome de ese modo para poder complacer a mis instintos. Suena trágico, y lo es. Si pudiéramos ver de un tirón el lapso que hubo entre el encuentro que tuve con el chamán del parque, ese que me mostró el reloj antiguo, y el otro chamán, el de Chiapas, me veríamos derrotado, resignado a no volver a gozar, esperando la muerte tirado en una cama mientras mis padres me dicen: “hey, levántate zángano y ponte a trabajar”; veríamos a un joven, de entre 20 y 22 años cabizbajo, lacio, acabado. Pero todo eso no me sorprendió, porque el chamán de Chiapas me advirtió que se avecinaban tiempos difíciles para mí, que yo sufriría mucho y que disfrutara lo poco que me quedaba de alegría, porque, como ya vimos, tuve que regresar a Monterrey, donde comencé a sentirme como el muchacho rebelde de la familia, él ingrato que hace sufrir a sus padres escapándose de la casa. La verdad que todos esos comentarios que se hacían a mis espaldas en torno a mí, me afectaron mucho, llegaba a sentir el reproche de la familia, sin que ellos tuvieran que decírmelo abiertamente. El chamán de Chiapas también me dijo que a pesar de los tiempos difíciles, lograría salir vivo y convertirme en un prócer o algo así. De todas manera hubo un momento en el que perdí la fe, hasta el punto en el que temía salir a lugares públicos, no fuera a ser que tuviera una vergonzosa muerte, y por eso prefería quedarme en cama esperando uno de esos desfallecimientos que con frecuencia me daban. Yo sé lo bochornoso que es caer inconsciente y despertar en medio de gente que hace preguntas sobre nuestro estado, gente alarmada por nuestra salud, ser el centro de atención de una manera tan patética. Hay cosas que es preferible evitar. Pero el encuentro con el chamán del parque de Monterrey, el que me mostró el reloj, marcó el inicio de una era feliz en la que ya no tenía que preocuparme por nada, sólo tenía que disfrutar, porque cada día era mejor. Empecé teniendo pequeños periodos de éxtasis, que fueron aumentando en duración y frecuencia, hasta que llegó el momento en que todo era éxtasis sostenido. He formulado cantidad de hipótesis que buscan explicar este cambio emocional tan drástico. Pasé de tener como única esperanza morir tranquilamente en mi cama, al nirvana. Una de las hipótesis es que aprendí a no darle importancia al dolor, a convertirme en un espectador de mi dolor, como si mi dolor fuera una cosa y yo otra, pero no creo que haya sido eso, porque antes, cuando sentía el debilitamiento, el sudor frío, la nube en mis ojos y el movimiento arbitrario de las luces, no podía librarme del terror con un truco tan barato como el de pretender ser el espectador de todo eso, porque uno se siente agobiado, encadenado a ese malestar agudo y chirriante. La cosa era que simplemente esos paroxismos terribles ya no se presentaban. Cuando se presentaban, antes, llegaban sin previo aviso, de un momento a otro pasaba de la normalidad a una cosa que no se la deseo a nadie. Ah, esto es una mierda, estoy completamente decepcionado. Yo creo que por eso los escritores siempre tienen ese semblante pétreo, porque no se puede tener otro escribiendo, escribir es algo que no deja nada nunca, es quedar siempre inconforme y tener que corregir aquí y allá, sin que nunca logre quedar como habíamos creído que podía quedar cuando pensábamos acostados en la oscuridad antes de dormirnos. En esta mierda no hay espontaneidad. Y leer es aún peor, leer es como buscar algo con muchos esfuerzos sin encontrarlo, son satisfacciones que se esfuman rápidamente al pasar de un párrafo a otro. Yo he leído miles de cosas y en este momento me siento como si nunca hubiera leído nada, ultrajado, engañado por los siniestros escritores que juegan con nuestras mentes. Estoy enojado, bueno, tal vez no tanto, porque siento que he dicho algo interesante. La sinceridad nunca me ha defraudado, siempre me hace sentir bien; lo malo es que es difícil hacer contubernio con ella. Porque para eso sirve solamente la sinceridad: es un arma para ser mejor que los otros, sobre todo que los escritores. Pero a como haya sido, ya dije algo que puede ser esencial en esto que yo insisto en llamar novela, pero que puede que pertenezca a otro género, un género nuevo, como el reflexivo. Los lectores tendrán que hacer que todo esto tenga sentido. En realidad siempre es así, siempre es más difícil leer que escribir, porque uno escribe lo que quiere y como quiere, pero cuando uno lee tiene que volverse un poco el que escribe. No he parado de decir disparates y tampoco sé qué es lo que sigue en esta historia que no lleva rumbo ninguno. Pero así me gusta a mí, me gusta martirizarme escribiendo, porque creo que no hay otra cosa más bonita que se pueda hacer en este mundo asqueroso. Esperen, ¿dónde quedó la fe que me infundió el chamán del parque, el que traía el reloj antiguo?. No, no soy tan fácil de destruir, tengo una razón muy convincente y muy congruente con mis creencias para esa pregunta , y es que, naturalmente, todo esto de sentir una impotencia y una frustración agobiantes lo preparé meticulosamente antes de venir yo a este mundo, porque es necesario sufrir para poder gozar, nada nuevo ¿verdad?. De eso es de lo único que puedo estar seguro. En cuanto al resto de esta desastrosa pieza artística, puedo decir que me declaro en estado de indefensión y que solicito un delegado para que ponga en orden esta tramoya. Bueno, tal vez fui demasiado duro conmigo mismo; todavía hay tiempo, todavía podemos darnos a entender, Miguel, lo has hecho bien el día de hoy, escribes de maravilla, aparte, errores los tiene cualquiera.

martes, 20 de abril de 2010

Capítulo 4

Es curioso que el capítulo anterior haya terminado con la palabra Copenhague. Creo que alguien debería ponerle orden a este revoltijo. Yo no, yo no nací para eso. Creo que ahí radica el genio: en renunciar a aquello que se nos dificulta y nos podría exprimir, para centrar todas nuestras energías en aquello que tenemos de virtuoso. Mi virtud es hacer buenas frases, frases ingeniosas, llenas de verdad; mi punto débil es respetar una secuencia lógica en las historias, pero desde que tengo la delicadeza de informar esto a mi lector, estoy completamente exonerado. Es importante recalcar que muchas veces queremos que un escritor siga hablando de un mismo punto, que no se desvíe de él, porque nos es particularmente deleitable; en la mayoría de los escritores encontramos que cuando dejan de hablar de algo en específico ya no lo vuelven a retomar; en el caso de esta historia que les cuento yo, hay la ventaja de que siempre está latente la posibilidad de que retome un punto que les haya gustado en particular. Por eso no les extrañe que de pronto haga oscuras alusiones a cuestiones tratadas en capítulos lejanos. Es entonces donde tendría yo que decir al lector: “sí, sí estoy hablando de lo que crees que hablo”, porque puede que le embargue la duda. Porque estoy seguro que la danesa me quería bien, no se veía interesada, y a veces pienso que fue mejor quedarme con esa impresión de ella, porque tal vez me hubiera partido el corazón si la hubiera conocido más a fondo, o tal vez hubiera cumplido con mis conjeturas. La verdad es que nadie sabe nada. ¿Cómo saber que tomé la decisión correcta? Lo que sí es que esas emociones me dejaron a merced de una enfermedad estomacal. Fiel reflejo de una mente confundida. Lo cierto es que si hubiera tomado el riesgo de ir tras la vikinga, ahora no estaría escribiendo esta tan ejemplar novela, es más, lo más seguro es que estuviera muerto ahora, después de haber sido devorado por unos caníbales costarricenses, porque para el sur se dirigían todos los europeos, ya los tenía bien estudiados a todos. Aparte, tarde o temprano tendría que reventar de marihuana; lo hice después, ya en la ciudad de mis desventuras. No quiero entrar en detalles en ese punto, porque esta es una historia alegre, en la que asciendo al final al cielo, una historia donde poco a poco voy descubriendo todo lo que está detrás de esto que estamos condenados a ver a ser a sentir, esto que algunos llamamos juego, juego que a veces se pone serio y duele, donde al final no importa nada, donde al final da igual si me cogí o no a la danesa, porque todo se lo comen los gusanos. Pero quiero pensar, por las señales antedichas relativas a los chamanes, que todo eso de los gusanos y la memoria en descomposición no son más que maneras de inducir pasiones que decidimos experimentar antes de venir, borrando para ello nuestro recuerdo de que todo esto lo diseñamos para que al final hubiera una inmensa explosión de alegría, porque de otra forma no tendría chiste, ya que sería como aquel beisbolista que finge pretender robarse la segunda base sabiendo que no lo hará, alejándose muy poco de la primera, sólo para ver qué se siente un poco de peligro, quiero pensar. Así que no se preocupen, ustedes y yo no tomaremos ese rumbo que se dice inevitable, porque las personas que hemos visto morir no han estado allí, dentro de esos cuerpos; esas agonías eran simples representaciones, ilusiones que uno mismo se impuso antes de venir, como si se tratara de una película de terror, para decir: “y eso me va a pasar a mí”, pero llega un momento en el que a todas las personas nos absorbe una luz, dejando acá abajo un cuerpo que hace como que sufre, pero allí adentro no hay nada señores, ahí dentro no hay nada, nunca hubo nada. Bueno, tal vez estoy llevando demasiado lejos mi fe. Pero pregunto: ¿Acaso a alguien le consta que no digo verdades y sólo verdades?. Al menos creo que dilato un poco el horizonte de las posibilidades. Digo que no es sólo que cada quien halla diseñado su vida antes de venir, sino que todos, que a fin de cuentas somos uno, decidimos todo, y andaremos transmigrando con esa única alma en todos los cuerpos, regresando y adelantando el tiempo, siendo todos al mismo tiempo, pero uno a la vez. Eso era lo que quería decir John Lennon en la canción de I am the Walrus, sólo que no se explicó bien el muchacho, pero lo perdono porque somos una misma cosa, él y yo y todos. Es normal que mis revelaciones no resulten claras, pues es necesario complementar aquellas palabras con un poco de intuición mística.

lunes, 19 de abril de 2010

Capítulo 3

Sí, en ocasiones uno puede ser aplaudido y lisonjeado pero sigue sin estar conforme, porque lo que llega a uno no son las palabras, sino aquello que ni siquiera el otro quiere admitir, cosa que a veces puede ser denominada como envidia. Por ese tipo de sutilizas a veces las personas huyen de otras, y la gente no sabe encontrar motivos razonables, y es que no los hay, a veces la razón es que no hay razón y ya. La fe tiene que venir acompañada de buenos resultados, de otra manera uno cambia de fe, pues la fe es importante, siempre que uno confíe realmente en ella, y para confiar en ella tiene que haber correspondencia entre nuestra creencia y lo que esperamos de ella, porque no sirve más que para obtener lo que buscamos o por lo menos encontrar una situación que, aunque no sea la que buscábamos, sea agradable, es decir una grata sorpresa. La fe crece en proporción directa a los resultados, no al revés. De todas maneras es bueno tener fe en algo, porque llega un punto en el que comenzamos a atribuirle a la fe el que tengamos buenos resultados, y ahí es cuando irónicamente la fe se convierte en una confianza muy difícil de explicar y que a fin de cuentas es un engaño que podría convertirse en algo real. En conclusión, la fe es para aquellos que nos hemos cansado de la realidad y su lógica, y buscamos catapultarnos, por medio de ella y tal vez un poco de suerte, hacia un mundo donde no se reduzca todo a nacer, crecer, reproducirse y morir en medio de responsabilidades y achaques. Yo prefiero tener fe en que mi futuro será mejor de lo que yo pudiera desear, por eso no me aferro en la esperanza de un reencuentro con aquella danesa que conocí en Guatemala y dejé ir viva, sino que tengo la ilusión de que ella sea una odalisca más de mi harem, que estará construido seguramente en un lugar paradisíaco, o donde yo desee según mi capricho, porque con sólo desear las cosas las tendré y podré gozar de ellas ilimitadamente, porque tendré un cuerpo que me permitirá sentir cada vez más y más placer, hasta un día reventar de placer. Aunque seguramente el destino tiene algo mucho mejor preparado para mí, con el factor sorpresa que lo hará aún más placentero. Por lo pronto debo admitir que el recuerdo de la danesa en Guatemala, de cómo se me escapó de las manos, de todo lo que rodeó ese suceso, me sigue torturando. Estoy seguro que yo no volveré a tener una oportunidad semejante en mi vida. Sólo diré que esa danesa era un primor y tenía una expresión traviesa en la cara, pero a la vez era muy tierna, porque me enseñó a hacer los tejidos de las pulseras hippies con la paciencia de una doctora que tiene que trabajar con niños Down, porque ciertamente a mí me importaba tres cojones aprender el tejido, yo sólo quería estar cerca de ella, eso era todo, y ella lo notó y supe de inmediato que no le era indiferente. Debo decir primero que yo llegué de alguna manera a Chiapas, allí trabé amistad con una inglesa que no me parecía del todo desdeñable; la encontré en la cocina y me armé de valor y le hablé. Después me pegué a ella y nos fuimos a Guatemala, pero nuestra relación se tornó delicada, en el sentido de que yo comencé a tocarla y besarla y a salir con ella por el pan y sonreírle, a pesar de que no cumplía con mis elevadas expectativas. Después de todo tenía un lindo acento y unas libras que no estorbaban, y no me refiero en lo absoluto a su masa corporal, desde luego, porque hablando de eso sí soy un tanto quisquilloso y hubiera preferido algo más magro. Llegamos a Guatemala y todo bien, hasta que llegó un par de danesas, entre ellas la que ya les platiqué, y aquí se complicó el asunto. Una tarde la inglesa salió y me dejó solo con un amigo guatemalteco con el que me la pasaba fumando marihuana; estábamos donde siempre: en una banquita que estaba en un corredor que daba a una gran habitación común en un segundo piso, viendo al patio que estaba abajo, donde había unas bancas y unas mesas, donde las danesas se afanaban en hacer esas pulseras. Entonces a mí me entró la curiosidad de saber cómo se hacían esas cosas y no sé cómo me vi de pronto sentado junto a la danesa más guapa y el guatemalteco con la otra, haciéndonos los graciosos con nuestra torpeza para aprender el tejido más sencillo que podía encontrarse. Me parece que empezó a llover, por lo que continuamos la lección dentro del cuarto, sentados en una cama, y nunca se me va a olvidar ese gesto de ternura que me prodigó ella, consistente en ponerme el lazo de la pulsera que se estaba haciendo en el dedo gordo del pie, para así tener la firmeza ideal en el tejido. ¡Dios! Ese recuerdo sigue provocándome una seria alteración digestiva. Al día siguiente en la noche, fuimos casi todo el hostal a una especie de discoteca, donde la danesa no paró de coquetearme con miradas fogosas, y digamos que yo estaba como un perro encadenado que tiene un pedazo de carne fuera del alcance, porque ahí estaba la inglesa, y creo que se puso celosa. A mi ya me estaba gustando todo eso del enamoramiento viajero, así que decidí enviar un correo electrónico a mis padres, con la noticia de que ya no vería a mi hermano ni a mi madre en San Cristóbal, como habíamos quedado para después regresarnos a Monterrey, la ciudad de mis desventuras. Cuando la noticia llegó a mis padres me llamaron por teléfono y no paraban de suplicarme que hiciera lo que ya había prometido, y mi madre llorando y mi padre maldiciéndome, así que tuve que transigir. Cuando faltaban unos dos días para que yo tuviera que regresar a México, la danesa salió del hostal a seguir su travesía, y su despedida fue nuevamente un gesto desgarrador: me acarició un poco el cabello, como diciendo: “te estás perdiendo lo mejor de tu asquerosa vida, pero no te preocupes, no es la gran cosa”. Al menos así lo interpreté yo. En parte tomé esa decisión debido a las palabras del chamán que días antes había visto en San Cristóbal, el cual me dijo que recordara que todo era vibra, entonces supuse que las vibras de mis padres no me dejarían seguir tranquilo mis aventuras. De otro modo, habría seguido a la danesa hasta el mismísimo confín del mundo, consiguiendo dinero a como diera lugar, porque han de saber que desde hacía tiempo que yo subsistía a expensas de los caritativos huéspedes y sobre todo la inglesa, a la cual creo que le agradecí totalmente ese favor no deslizándome entre la noche a la cama de la suculenta danesa.
No creo que sea un apunte nuevo para la literatura, pero creo fervorosamente que la vida de los humanos se alimenta de esperanzas ridículas, nuestros dramas son insignificancias en el fondo, todo es polvo, eso es lo que es, polvo, como lo decía Omar el que tomaba mucho vino. Pero aun así no puedo dejar de sentir que dejé escapar una oportunidad de oro. Lo importante es que siento eso, porque creo que lo de la danesa hubiera terminado mal de alguna manera, en algún momento dado. Así que un mamarracho como yo tendrá que esperar una próxima vida para ser digno de un espíritu elevado metido en un cuerpo primoroso, es decir, la danesa, de la que ni siquiera recuerdo su nombre. Recuerdo que cuando me lo dijo estaba yo con el guatemalteco en la banca del corredor y tuve que reírme, ya que me pareció que su nombre tenía una fonética tan linda como la del vómito. Claro que ella también se rió, porque era perfecta. Debo confesar que todavía, cuando bailo The ballad of John and Yoko en la sala de mi casa, hago como si ella me estuviera viendo con una Carlsberg en la mano. Y cuando tomo Carlsberg me entra la frustración de saber que podría estarla tomando con ella, en una acogedora habitación de Copenhague.

domingo, 18 de abril de 2010

Capítulo 2

Aplicando una lógica estricta a lo dicho en el capítulo anterior, podríamos concluir en que golpear a los demás era hacerles un favor, pero la lógica no tiene lugar en esta historia, así que cada quién puede comenzar a hacer sus conjeturas prescindiendo de las palabras, que se quedan cortas en estos asuntos. Puedo decir que mientras ellos no pregunten por mi alma yo tendré mi conciencia tranquila. O sea que trataré de congeniar con ellos sólo hasta donde no salgan con que préstame tu alma un ratito para hacer tal misión.
He dejado la certeza de que existe un bien y un mal, pues ¿para qué podría servirme eso? Prefiero persistir en la idea de que esos hombres de energías misteriosas que se empeñan en aparecer en mi vida, son más bien elementos necesarios para hacer la vida emocionante, elementos que yo dispuse estratégicamente, para mayor deleite, en mi vida antes de venir. Empezar una nueva frase y luego decir que es menester entrar de lleno en los hechos, para que esto comience a cobrar forma. Muy bien. Han sido cuatro los encuentros con chamanes, en dos he estado solo, en dos acompañado. Apuntar desde ya la palabra clave en este punto: simetría. El último encuentro, que para el caso es el importante, tuvo lugar en un parque mientras esperaba yo a tres amigos para ir a otro lado. Últimamente, cuando me encontraba en algún lugar público, buscaba encontrarme con uno de esos seres peculiares, pero estas criaturas sólo aparecen cuando no las esperas, por eso, aquella tarde donde mi mente se entretenía en otras cosas, apareció uno. Tenía un reloj de doble tapa con leontina, que, según él, estaba bañado en oro y era toda una joya de las antigüedades. Me dijo que yo era muy inteligente y tenía un gran corazón, confirmando así lo que otro chamán me dijo en Chiapas, el cual me dijo: tu llegarás a ser muy grande, pero ten cuidado con tus mejores amigos. Son ese tipo de advertencias las que han estado resonando constantemente en mi cabeza durante mucho tiempo. Así que según esos seres fantásticos yo llegaría a ser un escritor famoso, cosa que me tranquilizaba sobremanera, considerando que tales epifanías estaban en una perspectiva mucho más ventajosa que la mía. Entonces cambié mis amistades por unas menos siniestras y subliminales. Mis nuevos amigos despedían una vibra nada amenazadora, con ellos me sentía como pez en el agua, libre de hacer cualquier movimiento de danza, de caminar en cualquier estilo y, por supuesto, usar cualquier entonación y palabras de este o de aquel idioma o dialecto, cual genio chiflado que soy. Aquí es donde tengo que recordar a Tom Sawyer, pues, como él hacía, yo también suelo cojear de una pierna, sobre todo cuando ando eufórico y mis músculos admiten contorsiones inusuales. El chamán del parque también me dijo que mis padres no sabían apreciarme, cosa que me sorprendió debido a que lo dijo cuando hablábamos de otra cosa que nada que ver. Pero ese comentario acerca de mis padres me pareció que debía manejarlo yo con cierta cautela, ya que nunca está por demás considerar aquel mandamiento que dice: honrarás a tus padres. Es que yo siempre he sido un prángana y eso no le gusta a los padres. Mis antiguos amigos tenían alas negras que les permitían suspenderse en el aire y colmillos afilados con los que chupaban mi sangre, suficientes motivos como para cambiarlos por personas pacíficas y amigables. Digo esto tal vez en un sentido metafórico. Ruego al lector que no desespere en cuanto al sentido cronológico de esta historia, ya que poco a poco se irá esclareciendo el asunto, de un modo o de otro. También es bueno que el lector sepa que no debe sentirse obligado a comprender totalmente lo que ocurre en mi cabeza, porque yo sólo hago mi mejor esfuerzo. En todo caso, yo interpreto las frases de los chamanes según criterios veleidosos. El punto era que en este punto de mi vida, comenzaba a sentir, con las mismas entrañas que sentí el más agudo sufrimiento, una gloria que presagiaba más y más gloria, hasta llegar a un mundo de maravillas donde todos estaban locos y decían cosas chistosas, aunque siempre en una competitividad fraternal que jamás se tomaría por personal, sino que todos tendría dones para ganar algunas veces y perder otras, con ecuanimidad. Porque, han de saber que los chamanes, heraldos de este mundo de maravillas, utilizan con frecuencia la burla, se regodean a costillas de uno, de los defectos de uno, pero tienen un tacto tal que increíblemente uno no se ofende. Bueno, con los primeros chamanes tal vez pueda uno llegar a sentir cierta incomodidad ante las burlas, pero uno va aprendiendo, poco a poco y con el entrenamiento, a regresar la bolita con alegría.
En el próximo capítulo les hablaré graciosamente de un fragmento de mi vida que resulta crucial para el buen entendimiento de este tan disparatado como real relato.

sábado, 17 de abril de 2010

Capítulo 1

Había recibido en los recién pasados días abundantes señales de que mi vida era magia que poco a poco se iba manifestando. Fue entonces cuando dije, quizás en un contexto no apropiado: si yo hubiera escrito mi vida, la habría escrito tal como va, pero a partir de aquí todo se saldría del orden natural, ese orden que ya no me conviene más, porque ya cumplió la función de hacerme sentir impotente, ahora digamos que, sin que yo tenga la batuta del mundo, las cosas se me irán dando, pero por sorpresa, siempre por sorpresa. Parecía que por aquella temporada todo cuadraba, todo eran casualidades felices, y sentía esa certeza inefable de que estaba en el bando correcto. Esta guerra tenía de convencional lo que tiene un derrumbe de la estructura universal, derrumbe que da miedo, pero nunca hubo otra pasión. La guerra de que estoy hablando es una que, como muchos lo habrán adivinado, la ganaba el que menos atacaba, el que más ayudaba al rival, predecible de mí. Fue tan grande la emoción de encontrar estas cosas de que hablo, que llegué a dudar del destinto, me sentía tan impaciente por lanzarme a la aventura, aunque pensé que sería mejor seguir atribuyéndole al destinto todo lo que pasa, pues no podía haber mejor estrategia. Ya estábamos todos los que teníamos que estar, donde teníamos que estar, conscientes de lo que éramos, y no teníamos que salir a emboscar a nadie, era suficiente tomar una cerveza de vez en cuando y escuchar la música que íbamos descubriendo. Sin duda cambió todo a raíz de ese encuentro crucial que me obligó a pensar que todo esto apuntaba hacia arriba, directo hacia arriba, de aquí en delante. Tal vez no nos libraríamos por completo del nudo en la garganta ni de la duda ni del agotamiento, tampoco nos apoderaríamos del universo ni someteríamos a nadie a nuestros decretos, pero una luz indicaba que algo bueno esperaba en el camino que ya habíamos tomado y no tenía vuelta atrás. Traté de comunicar esto a los demás pero no me supe explicar, aun así me rehusé a creer que estaba solo. Lo único que yo deseaba era un poco de heroísmo, un poco de alegría en la adversidad, para demostrar, porque después de todo nunca pude dejar de ser vanidoso, que podía lograrlo, que podía alcanzar la felicidad de un modo inusual, tal vez a la manera de los fornidos vikingos, pero yo con todo lo contrario de fornido, pongamos enclenque. La frase que dice que el universo tiene posibilidades infinitas se añadió al aparejo, el cual se constituyó exclusivamente por cosas de ese estilo. Para que se entienda mejor, no ocupé nada material, salvo las cosas más elementales. No me dio ningún remordimiento con mis detractores, puesto que ahora todo lo que iba a suceder era que los papeles se invertirían, yo en lugar de ellos, ellos en lugar de mí, y buena suerte, aunque nada estuvo nunca en mis manos, de hecho yo nunca supe hacia dónde me dirigía y nunca lo sabré, pero algunas cosas pueden entreverse. Todo lo que me sucedía era una señal de algo, lo cual era una señal palpable de que estaba deviniendo en loco. Había que seguir en el camino a pesar de eso, pues no había opción más halagüeña. Me convencí de que valía la pena arriesgar aquella vida insulsa por estas señales difusas; era cuestión de corazonadas. Corazonadas que me iban llevando de un lugar a otro, formando así un camino del que desconocía su desembocadura, misma que temía pudiera ser el manicomio. Quizás buscaba un lugar entre los intocables, aquellos que andan errando por el mundo con sus capas azules, abordando prospectos en las calles, poniéndolos a prueba, para reclutarlos en un futuro si cumplen con los requisitos, ignoro los requisitos. Entonces mi propósito era ser un mendigo, pero no un mendigo cualquiera, yo hablo de esa clase de mendigos que sólo conocemos los que estamos a punto de convertirnos en ellos, los mendigos interestelares. Estos mendigos están fuera de toda ley terrena, por lo que se puede ver a simple vista, se muestran siempre alegres y agudos, con la respuesta pronta. Curiosamente me encontré con un libro que trataba principalmente de un mendigo de este tipo, El Anticuario de Sir Walter Scott, por mera casualidad, sin estar buscando nada relacionado con mendigos, justo después de haber tenido el encuentro con un mendigo que me dio la impresión de que sabía de mí más de lo que cualquier desconocido podría, lo cual tomé por otra señal naturalmente, aunque el escéptico lector pueda pensar que sólo soy un ingenuo que se dejó impresionar. Tal vez el lector sea una persona que aún no está lista para ascender a ese rango espiritual, por no encontrar palabra más adecuada. Pero eso no era todo, porque yo sabía perfectamente que ascender a ese rango requería de una fe ciega que yo no estaba cerca de adquirir, pues aún tenía que recibir más señales, señales contundentes que demostraran la existencia de un interés de la liga espacial de mendigos por mí. Esos mendigos de capa azul, conocidos en México como chamanes, supongo que se divierten cambiando de apariencia física, y con diferentes apariencias lo encuentran a uno en momentos especiales de la vida, pero siempre son el mismo, y van viendo qué tanto has progresado en términos filosóficos. Tienen un don para llevar la conversación en pocos minutos de algo trivial a algo mágico. Siempre da la impresión de que ellos te pueden ver todo el tiempo a través de un portal cósmico especial que les permite verte, pero tú no verlos a ellos. No sé si me sigan los lectores en este punto; probablemente todo esto les parezca digno de enfermo mental, pero estoy seguro que por lo menos les parece curioso. Todos te hacen creer que saben lo que has vivido y lo que vivirás, pero no te lo dicen de manera abierta, sólo te dan pistas, para no arruinar la sorpresa, que es lo más importante en la vida. Yo creo que el quid de esos encuentros es que uno renueve la esperanza de que detrás de todo esto hay algo más, y de que en el futuro comenzarán a ocurrir milagros más a menudo; esas personas dejan una sensación mágica, como si hubieras hecho una corta visita a un lugar fuera de la realidad. Yo creo que en parte andan reclutando; a lo mejor un día me llevan y me muestran sus conocimientos. También existe la posibilidad de que tengas que entregar tu alma a esa cosa, para formar parte de ella, y que luego ese chamán que es todos los chamanes del mundo, tenga una nueva piel donde meterse. Suposición que ciertamente me aterra, pero que sería conveniente considerar en todo momento. Todo era cuestión de no dejarse llevar con añagazas a esos ritos de iniciación donde seguramente se efectúan los traspasos de almas. Aparte, había que conservar la calma, no emocionarse, no precipitarse tomando una decisión sin haber visto todas las opciones. Lo bueno era que se vislumbraba un bando bueno y otro malo, lo cual comenzaba a simplificar las cosas; ahora la tarea era elegir el correcto, esperar hasta estar bien seguros. Ahora sabía, por medios sibilinos que no podría explicar pero que me daban esa certeza, que existía realmente eso que tantas veces hemos visto representado en el diablo y Dios, después de todo tendría que haber una razón por la cual aparecieran esos símbolos con tanta insistencia en nuestras vidas. Entonces, después de haber ordenado todos estos hechos, me dispuse a seguir mi vida respetando lo más que pudiera los mandamientos de la santa iglesia católica, en su más estricto rigor, sin seguir el mal ejemplo de los dirigentes, sino lo que dice la Biblia, más que nada.

jueves, 15 de abril de 2010

Intentando

El mundo está lleno de monstruos y demonios, de convulsiones miedos y alucinaciones, de noches que parecen interminables y pesadillas, sobre todo pesadillas, fantasmas que nos mueven las cobijas, pelos erizados y piel de gallina, personas que encima buscan espantar más, hombres de miradas torvas que adivinan nuestras penas. Días soleados que sólo sirven para confundirnos, para hacernos creer que no hay nada que temer. Son un engaño esas alegrías. Uno mismo representa para los demás lo mismo, una molestia, un fastidio inexperto. Todas las culturas incurren en el mismo error de creer que son las mejores, cuando lo cierto es que todas son las peores y dentro de esas culturas los individuos también, lo mismo, no hace falta decirlo, así hasta el infinito. Las alianzas se hacen para acabar con alguien más, en este caso. Vamos a decirnos cosas bonitas a contarnos historias a entretenernos a consolarnos a animarnos a encontrar la relación de los sentimientos y los gestos, la sonrisa estúpida del que cree haber dicho algo gracioso. Eso es lo que hacen las palabras, son divertidas. Incluso el que mejor las utiliza se gana un lugar en las enciclopedias, una mención, porque la verdad sí hay personas que de vez en cuando dicen cosas emotivas, aunque la mayor parte del tiempo no hacen más que fastidiar construyendo un buen escenario para justificar una frase sublime o graciosa. Es difícil. Hay que estar ahí constantemente, buscando, para encontrar, esporádicamente, algo de verse. A veces un contexto masivo puede preparar la llegada de una frase hilarante de tres palabras. A veces hay que esperar varias décadas y que muchos inocentes pierdan la vida, para que llegue el momento de decir tres palabras y ocasionar una bonita sensación en el receptor. También hay frases que sorprenden por su simpleza, por su estructura, por la analogía que expresa mejor que las palabras llanas. Hay mucho por hacer con las palabras, un mundo lejano está todavía por construirse desde aquí, intentando, intentando. A veces hay que ir armado con un cuchillo caminando solitariamente hacia la penumbra inocua. Entre nosotros los humanos elegimos inexplicablemente a ciertos maestros de las letras, y eso es lo que tenemos, algunos textos y las caras de ellos, que nos indican ciertos rasgos indefectibles del genio de las letras que aún no hemos podido determinar. Narices, labios, frentes y ojos, de pronto la excepción confirma la regla con una frente estrecha. Algunos tratamos de ver en los colmillos la inspiración de algún poema particularmente enigmático y sorprendentemente perdurable. La erudición es un camino difícil, la incoherencia no sé, tal vez a algunos se les facilite, pero de hecho nunca he visto algo incoherente. Personajes, rasgos, música, ambientes, olores, todo se contiene en las letras, las letras brindan la posibilidad de detonar trasportaciones en las mentes, pero, hablando con frialdad, no son la gran cosa tampoco, porque lo que permanece después de todo eso, todos esos párrafos y esfuerzos por atender las imágenes solicitadas en los libros, es la confusión, eso es lo que permanece, la confusión, la convulsión, el miedo y la incertidumbre, la alucinación, el pánico, la muerte, la claustrofobia, el sudor frío y las otras cosas que acechan los buenos ratos. Aún así existe una lucha por lograr eso que nos tendrá satisfechos y nos hará más llevadera la convulsión, el pánico, el sudor frío, todo eso. Eso que queremos lograr es diferente para todos, pero es algo realmente asombroso, es como una fuerza que nos compromete a dejar algo, aunque nuestra razón nos diga: no, no, para qué esforzarse. Y ahí estamos con las letras, dale que dale, a ver qué sale.

martes, 13 de abril de 2010

Perdiendo todo

Sé que mis libros estarán por todo el mundo, porque el daño que le haré a los que los lean ya lo estoy pagando. Karma. Existen libros que destruyen vidas, y esas cosas no se quedan impunes, hay un tribunal invisible que ajusta esas cosas. Las personas que están en el camino correcto saben que lo están, los que no están en el camino correcto tratan de justificarse. No es ningún problema para alguien que no sabe nada, es una cuestión de confort. Hay un infierno y un cielo. Algunos vienen diseñados para el infierno. Es más que nada una cuestión de fuerzas y de ver lo obvio, el camino que todos toman, con alegría, con entusiasmo. Pero sí se necesita sacrificar algunas cosas, por ejemplo, una persona en el buen camino no puede leer mucho, a menos de que su situación le permita que leer se entienda como buen camino. Entonces canta otro gallo. Frecuentemente sucede esto cuando hay dinero accesible y una familia que aprecia las artes, aún más cuando existen lazos de amistad con escritores ya consumados. Si es preciso creer en lo que se nos dice, Bukowski estaba en el infierno, pero salió de ahí con suerte. En realidad nada va más allá del azar, aunque el azar siempre permite que uno le haga caso a sus papás y no intente nada descabellado. A eso me refería yo. Entonces estamos hablando de cosas aún más siniestras que agravan el castigo del que soy merecedor. Ni siquiera estar conciente de él, siendo tan difícil identificarlo, me exime de la pena. Antes se considera un escupitajo en el ojo el hecho de saberlo y empecinarse en el error. Pero ya habrá gente que tolere lo que escribo, entonces seré redimido. Pudiera decirse que el odio en mí ha crecido desmesuradamente. Me molesta el tintineo de las llaves y la frivolidad del perfume. Hablando de frivolidad, esto es una frivolidad, y creo que no hay rivalidad más estrecha y más presente en todo el mundo, que aquella entre los pensamientos frívolos y los sabios. Hasta parece que son uno mismo. Señales externas me obligan a entender que no soy la única víctima del odio. Pero no hay que darle tanta importancia, es sólo un sentimiento, significa que estamos vivos, eso es todo. No quiero empezar a hablar de matar porque luego la gente se asusta y creen que tengo el hígado para hacerlo, pero si hablo de matar es sólo para desahogar la frustración un poco. Dicen que todos tenemos esos impulsos asesinos, esporádicamente. Pero de todas formas estas posturas son raras, casi siempre son objeto de objeciones frenéticas. Hay personas que se inclinan más por sentir lástima por personas como yo. No es mi culpa, así nací. Hoy fue un día particularmente infernal para mí. Me sentí un poco abandonado, como león enjaulado, con un nudo en la garganta, me puse a leer pero mi mente no pudo, mi cabeza está atrofiada, así que no encontré mejor actividad que ponerme a escribir, porque también ya había dormido mucho. Cuando duermo me siento culpable. Cuando escribo siento que estoy diciendo cosas superfluas. En este mundo nadie quiere a una persona triste, no es divertida una persona triste, incluso esas cosas son antónimos. Sin embargo todos nos tenemos que enfrentar en algún momento con esa cosa y es preferible hacerlo solos. Las personas felices siempre van a creer que uno se pone triste porque quiere. Así que es mejor no decir nada.

Cuando ya no se tiene nada que decir, es que se está cerca de la muerte. Aunque no es muy arriesgado decir que no decir nada siempre fue lo más acertado. ¿Eso quiere decir que vivir es un error? El silogismo nos obliga a decir que sí. Si existe todo aquello cósmico, todo ese lugar amurallado desde el que somos vistos en espera de algo digno de atender, entonces puedo estar tranquilo, ya sin preocuparme de si esto que escribo llegará o no a manos de mis congéneres. Por si las moscas, trataré de asegurarme de que esto será traducido a otros idiomas y lo que conlleva, antes de morir. También aplica este razonamiento en el caso de aquellos que hacen música mejor que la de Mozart pero que no sale de sus cerebros. No quiero insinuar que la música que no pasó del cerebro de Mozart no era mejor que la mía. Ha sido una temporada inusualmente nublada y lluviosa por aquí, inspiradora para cavar hasta las profundidades más umbrías del inconsciente colectivo, aunque no me gusta ese término psicológico. No creo que esté mal empleado, se escucha bien, evoca cosas interesantes, inquietantes, se queda. En cuanto a mí, puedo decir que frecuentemente me olvido de que yo no soy yo, sobretodo en el ajetreo del día, cuando todos tratan de decir algo cierto. Ya cuando se apagan las luces vuelvo a decir: ah pero qué tonto, volví a creer que yo era algo, volví a la frivolidad de las discusiones cotidianas, buscando, irracionalmente, llenarme esa cosa que llaman ego, esa cosa que consiste en ser más perspicaz que los demás, más gracioso, más cómico, mientras que no soy nada y existen muchos misterios que no han sido esclarecidos. Pero la realidad es que estamos confinados a ser lo que somos, así que me perdono, me reconcilio una vez más conmigo mismo, y con todos aquellos que fueron más agudos y picantes que yo. De mis relaciones con la sociedad, sé decir que no soy bien visto a causa de mi prurito hacia las frases impresionantes. En síntesis, estoy acorralado. A nadie tendrían por qué importarle mis avances en cuestión de especulaciones místicas y metafísicas, aunque no sé exactamente lo que signifiquen tales palabras. Para escribir estos textos que quizá no vayan a gustar a la gente, tengo que prepararme, descansar, comer bien, de trabajo ni hablemos. Estoy haciendo mi mejor esfuerzo, porque creo que no tengo otra opción, y no me gustaría padecer en mi lecho de muerte la incomodidad del improductivo. Creo que eso es hablar bien, aunque es un asunto complicado. Después de todo el lector ya sabe todo y busca una manera nueva de comunicarlo, por eso el intercambio de palabras, en el más estricto sentido de lo innecesario. De manera que allá cada quien con su interpretación. Creo haber dado en el clavo: es fastidioso no poder comunicar la verdad de todo. Hace falta una pequeña introspección desprovista de palabras para conocer la verdad, pero queremos asegurarnos los unos a los otros de que la sabemos, por eso tanto alboroto. Por si no lo notaron, todo se reduce a una cuestión de soberbia, sin que por ello este escrito degenere en bíblico. La manera en que se expresan las personas también es un indicador, como el de la fuerza en los leones para volverse jefes y dueños de un bonito harem. No hace falta más, así queda claro.

Pues sí, yo me imagino que hacen como que discuten la ley
y unos se ponen en contra y otros a favor
para aparentar que hay democracia
pero desde un principio saben qué va a suceder
solo actúan un poco
no es exclusivo de México
ya nadie puede hacer nada
no hay medios para derrocar a los dueños del mundo
los medios los han acaparado ellos
pero ya ni para qué hablar de eso
mejor me voy a ver tele
a enajenar mi mente un poco, cual debe ser.

Bueno, muchas veces se me han ocurrido grandes ideas para escribir cuando platico con amigos, y nunca les he dado el crédito que se merecen, pero hoy tendré que hacerlo porque cometí el error de comprometerme con alguien, así que, aunque lo más seguro es que para este punto nadie esté leyendo, Gracias Melissa. Que conste.

viernes, 9 de abril de 2010

Escrito permitido

La carne es blanda y aparte todo está ahí accesible, yo no sé por qué la gente hace tanto aparato civil en ese aspecto. Todo es cuestión de supervivencia, es decir, en estos tiempos, dinero. Por supuesto que todos queremos vivir, seguir viviendo, queremos gafas nuevas, las que tenemos no nos gustan, pero hay que esperar a que se acaben las de ahora, y para eso necesitamos vivir más. Aparte también está la curiosidad de si en un momento dado podremos llegar a ser personas respetadas, o si por el contrario, seremos la irrisión del pueblo y viviremos en las alcantarillas. Pero sólo es una cuestión de curiosidad, porque nada puede ir más allá de la muerte. Por mi parte yo quisiera tener una temporada de buen estilo, donde sin problemas pueda fumar un cigarrillo y traer unas gafas circulares, porque los cigarrillos son para usarse en público, siempre he dicho. Con la sonrisa que tengo no tendré problemas. También es esencial que la gente mantenga bien puesta la mirada en el olvido, el olvido es bálsamo para las almas desafortunadas. Entonces, con sólo decir que hay una inmensidad de cosas que jamás serán tocadas en lo que puedas escribir, podrás darte por abarcándolas. Pues con ello el lector podrá dejar a un lado las palabras y concebir todos los detalles del universo de sopetón. El problema son las palabras. La mente siempre puede proyectar imágenes bonitas, pero son muy íntimas. En todo caso, no me importaría demasiado estar en un error, porque nadie sabrá cómo hacerme cambiar de parecer, dado que las palabras son instrumentos, por así decir, limitados. Es frecuente que digamos mentiras sin querer. De ahí empiezan las grandes discordias, de los malentendidos. Es ridícula esta situación en la que tendemos a buscar al sexo opuesto, sólo porque es opuesto y porque huele relativamente bien y tiene un cuero terso, aunque no debemos olvidar lo que todos tenemos debajo de ese cuero. Un montón de sangre y tejidos y cosas repugnantes, lo cual no es nada nuevo, ya que todos hemos pensado en eso, pero vale decirlo de un nuevo modo, aunque tal vez ni siquiera sea tan nuevo. Poder correr todavía escaleras arriba es halagüeño, sobre todo habiendo cimbreo. Sí, es verdad, el primero que se atreve a hacer algo, por más estúpido que sea ese algo, es el que debe llevarse el mérito, los demás somos imitadores, pero yo sigo poniendo en entredicho si hay demás y lo demás. Así que bien podemos copiar cosas que nos sirven en este momento, ante la incapacidad de ser originales, en vista de que los muertos no podrán reclamar derechos de estilo. Por alguna extraña razón el ambiente me sofoca con una culpabilidad irracional, una vibra que proviene de las habitaciones aledañas, una imprecación silenciosa. Todo se debe a que no he cumplido las expectativas de los que frecuentan esas habitaciones, pero eso ya es cuestión exclusiva del destino. Incluso para hacer esto hay que esforzarse, y, para qué, para matar un poco el tiempo con algo incomprensible. Aunque no deja de haber cierta lógica en todo lo que escribimos, cierto sentido. ¿De qué serviría escribir sinsentidos?. Existe un misterioso código, si se quiere algo flexible, en la comunicación oral y escrita; incluso ahí tenemos que ser obedientes si es que queremos decir cosas aparentemente nuevas, si es que queremos comunicar las maravillas que traemos por dentro. Existe una infinidad de momentos que cambiar en una vida, no terminaríamos, momentos que se componen de tiempo, materia y espacio, y eso me hace pensar que tendremos que esperar una infinidad de años para volver a ser los mismos, pero en una infinidad de espacio cualquier cosa puede suceder, incluso una infinidad de cosas idénticas simultáneamente. Conclusión: lo infinito puede ser demasiado fascinante y peligroso, pero debe valer la pena emprender esa empresa sin retorno. Las mentes, simples tejidos grises, cosas perfectamente vulnerables a los pisotones y a los palotazos, intentan esas empresas demasiado ambiciosas. Si lograran algo sería efímero.

martes, 6 de abril de 2010

La rusa que pasó impasible

La humanidad dejará de ser sustentable el día en que todos sean como yo. Entonces todo empezará a ser aburrido, por eso es bueno que yo esté aquí sólo. La gente me necesita igual que como yo a ellos. Nos perdemos entre tantas cosas, pero al final alguien terminará leyendo esto y habré desquitado todo lo que obtuve gratuitamente. La humanidad necesita diversidad, tiene que haber payasos, tiene que haber de esos que tienen vidas artificiales, conectados a tubos que les suministran las cantidades que sus cuerpos no pueden producir. Tal vez uno de esos que salen tan caros haga un buen libro o una buena pintura y algunas generaciones podrán entretenerse con eso. De todas formas todos nos vamos a morir y qué más da. A veces es suficiente con que aquellos que están en constante agonía digan un buen chiste de humor negro acerca de su situación, para que haya valido la pena mantenerlos con vida, porque todo es efímero, todo es igualmente efímero, las montañas, los libros, las palabras, los chistes, las muchachas tersas. Cuando uno se da cuenta de eso es fácil disculpar a los holgazanes y a los asesinos en serie, porque todo es nada, aun cuando es molesto caer en las manos de un destripador. Después la gente se da cuenta que uno nunca va preparado a la muerte, aunque tal vez sea importante saber eso el día de la muerte. Uno a veces tiene que evitar escribir algo, porque lo considera demasiado trillado, y es ahí cuando uno se da cuenta que nació demasiado tarde para ser original. Nunca falta el cabrón que ya dijo lo que creías que era tu más novedosa creación. Pero no hay que preocuparse por eso, desde que sabemos que todo da igual; ser famoso y no ser famoso, da igual, porque nunca depende nada de uno, sino de lo que se nos impone. Escribir es casi siempre un signo de impotencia, un acto intrascendente que pierde su encanto rápidamente. No se logra nada escribiendo más que distraer un poco, ocuparte un poco en algo que cualquiera puede hacer, es una manera de entrar en competencia con el mundo, la competencia de decir cosas más buenas, pero ni siquiera eso es certero, pues es muy circunstancial la fama y no existen criterios para determinar al ganador. Es nomás entrarle y volverte loco y con un poco de suerte pasar a las librerías. Es una buena manera de vivir la vida. Lo bueno es que las consecuencias no sobrepasan la muerte. Al menos así parece. No creo que los daños irreversibles de las drogas vayan más allá de la muerte, porque las drogas tienen jurisdicción sólo en el sistema nervioso y otras partes del sistema, las cuales desaparecen con la descomposición. Así que nada puede ser tan grave. Se puede llegar al sufrimiento más grande por curiosidad. Comoquiera la felicidad siempre tiene un cariz aciago. Inevitable verse influenciado por lo que leemos. Claro, en el momento del rigor siempre viene el remordimiento: ¿por qué fui tan débil? ¿por qué no pude dejar de masturbarme?, pero realmente no tiene importancia una vez que dejamos de estar despiertos. Sería ingrato, ya que estamos aquí, perdidos en un mar de confusión, no recordar aunque sea a los que vinieron a traer un poco de sentido a las cosas: las palabras. Un homenaje a todos los que alguna vez inventaron una palabra y también a aquellos que voluntaria o involuntariamente las propagaron y las pasaron de generación en generación.
Lamentablemente para todo hay que hacer esfuerzo mental. Si uno quiere expresar esta impotencia, tiene que hacerlo de manera que los demás la entiendan, o sea de manera racional, haciendo un esfuerzo por dar a entender algo. Por eso siento que me voy deslucido de este mundo, sin haber podido contar lo que sentía, sin aportar lo que me correspondía. Realmente creo que todos somos la misma conciencia y que todo lo que existe lo hizo uno, tal como en muchas ocasiones los escritores lo han explicado, y eso me quita la culpa de que hablaba, porque me consuela haber sido Van Gogh, Mozart y Cervantes. Creo que los artistas se pierden lo mejor de sus vidas en tratar de expresar. Por lo menos yo siento a veces que troncho momentos mágicos por esa necesidad que siento de escribir cuanto me parece interesante. Simplemente no puedo dominar esa vanidad, esas ganas de recibir elogios, aunque cuando los obtengo no me siento satisfecho, pero así es mi vida, y no puedo hacer nada por cambiarla, porque es lo que ahora represento simplemente. Tampoco me debo apasionar con mi vida, como si yo fuera algo trascendente, como si yo fuera yo y no el producto de todas las circunstancias que no son yo. Yo sólo soy lo que está exento de verse afectado por las circunstancias, es decir, la conciencia, esa cosa que se amolda a las circunstancias y a veces se confunde con ellas, pero tiene algo de eterno, y no tengo pruebas. Intentos desesperados por decir algo revelador y asombroso.
Sintiéndote tan devastado como te sientes, creo es incorrecto que te sientas culpable por fallarle a tus padres. Antes debes estar conciente que todo acto y afirmación que se haga es igualmente correcto e incorrecto, dado que los pájaros vuelan bajo alrededor tuyo y aparte porque cada quien hace su lucha. Tampoco esperes que alguien vaya a venir a dispararte en la cabeza; no eres tan afortunado. Yo recomiendo dejar que la muerte llegue sola, no vaya ser que luego nos castiguen o que en la próxima vida nos toque ser el hombre elefante, porque ahí sí estaría más difícil. El truco está en aprender a gozar el dolor, los discursos íntimos del dolor que no salen de nuestra cabeza. Y así podrás irte tranquilo. Aunque puedes hacer lo que quieras. Claro que lo ideal sería que alguien llegara con una pistola a matarnos por envidia, sobre todo ahora que la vida se presenta tan penosa. Ella pasó imperturbable a unos 10 metros de mí mientras yo leía mi libro bajo la sombra de un fresno. Claro que me volteó a ver, de otro modo no habría volteado yo a verla, pero cuando yo empecé a verla ella ya no me estaba viendo y no volvió a hacerlo. Era un extranjera, un mujer confeccionada para una noche de invierno en Rusia, en camino a su escuela, con su mochila, su blusa morada y sus pantalones bombachos pesqueros negros y su sandalias negras, muy ligera, fumando su cigarrillo con un aire impasible, y yo tuve entonces que pensar que eso no debía quedarse así, y le mandé mensajes telepáticos que no surtieron ningún efecto. Mientras la miraba fijamente: “ven, ven aquí, no, no estás preparada, no estamos preparados, preferimos nuestros lugares seguros, mañana estaré aquí a la misma ahora a ver si pasas, y te hablaré, pero no, no tengo el hígado para hacer eso, no nací tan fuerte como para llegar a ponerme frente a ti con mis ojos bizcos y decirte: oye, a qué vas a esa escuela aburrida, por qué no vamos a retozar por ahí”. Entonces me quedé con mi libro en mi banca, debajo del fresno, esperando que el mensaje telepático hubiera llegado a su destino y que me trajera algún beneficio. Luego tuve que encontrar consuelo en la típica, pero no por ello menos efectiva, frase: “no somos nada”, y la envié directamente al cerebro de la extranjera, con la esperanza de que ella tomara la iniciativa al día siguiente, convencida de que había que dejar de tomar en serio la vida y hacer cosas que nosotros mismos nos hemos prohibido, cosas que quizás son igual de insignificantes que las que hacemos todos los días, pero al menos distintas. Así que ahí estaré mañana, esperando que ella se acerque y diga las palabras mágicas y a partir de ahí la realidad se desvanezca paulatinamente, hasta llegar a un mundo de plácida fantasía. Por lo pronto sólo me queda el recuerdo de ver su blusa morada perderse entre los árboles y otras cosas, pero mañana ahí estaré, a la misma hora y con la misma fe de poder salir de este mundo que no me agrada.
Fue en ese pueblo de abandono y perros enteleridos donde tuve la duda de si lo que se escuchaba en el radio era tres estaciones interfiriéndose y empalmándose, o si era un tema de Yoko Ono.

jueves, 1 de abril de 2010

Historia espeluznante

Voy a contarles la historia de un escritor que nació en Monterrey y ahí siguió hasta su último instante.
Frisaba ya los veinticinco años cuando por fin, ya cuando había perdido la ilusión de lograrlo, se convirtió en un escritor famoso y rico. Decían que era un escritor muy directo, que iba al grano del asunto, con una perspicacia sin igual y una sinceridad que llegaba a sacudir lo más profundo de la mente del lector. La crítica hacía mucho hincapié en su retórica y en la manera magistral en que utilizaba los arcaísmos que había aprendido de su abuela.
Para llegar a este punto tuvo que sufrir mucho primero; de hecho su genio era la consecuencia de un sinfín de derrotas: había perdido infinidad de discusiones y pendencias, había puesto su fe en creencias infantiles de las cuales lo sacaba la realidad con violencia, tenía la manía de llevar la contra a sus interlocutores y de defender puntos de vista que ni siquiera conocía, tenía diabetes pero no le había dicho a sus padres, quienes, no sabiéndolo, pensaban que su flojera se debía únicamente a que quería pasarse de listo. Tuvo una etapa de disolución que comenzó como a los diecinueve, como cualquier chico normal de esa edad, pero en él los resultados fueron desastrosos: una noche estaba platicando y fumando mota con sus valedores en un cuarto que pisaba por primera vez, y de pronto se apagaron las luces para él y cayó inconsciente al suelo sin oponer resistencia. Cuando despertó se dio cuenta, entre la sarcástica compasión de los presentes, que jamás recuperaría la salud. Había estado muy impreciso esa noche con sus comentarios; se sentía ofuscado, así que le dijo al que traía el carro y lo llevaría a su casa que si ya se iban, pero no quiso y no insistió, y de pronto todo fue como un ataque contra el cual no puedes hacer nada. Intentó contrarrestar el debilitamiento con respiraciones profundas, pero algo se reventó dentro de su cerebro: fue seguramente el aposento donde habitan las sensaciones desquiciantes, quienes salieron de ahí desbocadas, para tomar control del sistema nervioso. Al menos él así lo entendió cuando esa misma noche sintió por primera vez lo que era el terror: cualquier ruido lo sobresaltaba, en el umbral de la vigilia y el sueño lo esperaba una convulsión. Cuando llegó a casa esa noche, rápidamente se metió en la cama para que sus papás no le vieran la cara, la cual reflejaba la perdición del escritor, aunque no por eso se salvó de la voz de su madre, quien gritaba en la oscuridad: “pero qué te has creído llegando a estas horas a la casa; estás loco, estás loco”, loco, loco, y el loco le taladraba el cerebro al escritorzuelo. El escritor le achacó su situación al abuso que había tenido en los últimos tres años de tres cosas: la masturbación, la lectura y la marihuana. Fue como una rutina en la que encontró cierto confort, pero terminó mal. Después de eso se sometió él mismo, sin comentar nada a sus padres, a un programa de rehabilitación que su instinto de supervivencia le obligó a tomar, el cual consistía básicamente en correr por las mañanas. Habría que haber sido él para darse una idea de lo mal que se sentía esas mañanas cuando iba a correr, de lo heroico que resultaba el hecho de no quejarse. Había tenido problemas para dormir, para digerir la comida, para mantenerse en pie cuando se veía obligado a hacerlo; constantemente le acechaba el fantasma del soponcio y la vergüenza de que lo cogiera en público. El más mínimo asomo de queja era tomado en su familia como un mero pretexto para holgazanear, por lo que cada mañana se alentaba a él mismo para salir a librar la batalla por vivir un nuevo día: así de mal se sentía. Poco a poco fue recuperándose, sin poderse decir que estaba de maravilla; podría hablarse de una pequeña tregua en medio de la guerra, pero nada espléndido. En su familia se respiraba un ambiente de competencia y ambición que a él le desagradaba; él sólo quería leer y estar tirado, ya no tanto fumar marihuana, porque cada vez que lo hacía sudaba frío y regresaba el fantasma del soponcio. Sus dos hermanos y padres constantemente le recordaban que debía ser una persona normal, conseguir un trabajo, una novia. Tenía que escuchar estas recomendaciones todo aturdido, como si estuviera condenado a ir todo el tiempo montado en una montaña rusa que no parara de funcionar; por eso no era de extrañar que sus consejeros se sintieran ignorados. Su padre trataba de conducirlo por la carrera de la abogacía: ya lo había obligado a estudiar derecho y, con las amistades que tenía, intentaba acomodarlo en algún despacho de la localidad. El pequeño escritor, sabiendo que su padre estallaría en furia si no aceptaba los trabajos que le conseguía, se deslizaba yendo a las oficinas y tratando de pasar por completo desapercibido, mientras se entregaba a reflexiones fatalistas. Nuestro personaje no podía convertirse en lo que su padre quería, sabía que simplemente no podía, y no por simple capricho, sino por que simplemente no podía. Y se ponía a escribir toda su frustración y sus reflexiones de la vida, ya que eso de escribir era lo único que se le daba un poco; era su única posibilidad en este mundo, más que un don que le viniera de nacimiento. En esos escritos constantemente le atribuía a la muerte una facultad consoladora, y terminó obsesionándose perdidamente con la muerte, elevándola a la dignidad de divina, justificando con ella toda desgracia que llegaba a sucederle; decía que al lado de la muerte, todo lo que se hiciera o dejara de hacerse en vida daba lo mismo. Sentenció: “el destino es algo evidente y, ya que es imposible salirse del camino que ya está trazado, la vida es algo así como un paseo en un tren que no se descarrila”. Sus pensamientos más revolucionarios eran el de que entre la sabiduría y la necedad no había ninguna diferencia, ya que todo se reducía a sentir y morir al final, cosas que por igual podía hacer tanto el necio como el sabio; que los escritores simplemente chachareaban y que darse a entender a los demás era limitarse, era como rebajarse a un mundo estrecho, el mundo estrecho de la comunicación, incapaz de expresar claramente que todo es y no es al mismo tiempo. Escribía también sus alucinaciones y sus sueños, los cuales siempre estaban henchidos de significados místicos, y cuando no, por lo menos eran graciosos y bien escritos.
Uno de sus hermanos era especialmente intolerante con él: si el escritor se justificaba diciendo que se sentía débil cuando le presionaban a laborar, el hermano le decía que lo de él era psicológico, que se había llenado la cabeza de mierda con tanta lectura y pensando tantas idioteces. Aunque suene un poco inverosímil, lo único que al escritor le impedía suicidarse o declarar abiertamente que estaba seriamente enfermo, era que no quería causar molestias, lo cual se echó de ver cuando por azares del destino el escritor se volvió todo un éxito.
Pasó que el escritor tenía un blog en el que publicaba textos de diversas naturalezas, un día un editor multimillonario entró por error en la página y le pareció interesante el proyecto, así que se comunicó con el escritor y en un santiamén ya estaba en boca de todos. Esto vino a ocurrir justo cuando el escritor ya se había dado por vencido y estaba buscando un buen pretexto para palmarla con un poco de decoro, así que el éxito le vino como anillo al dedo. Cuando recibió una cantidad de dinero suficiente, dijo a mamá y papá: “adiós, ahí nos vemos, quiero vivir solo”, con la firme resolución de llegar a su nuevo cuarto, mandar poner una cama, salir a comprar una cajetilla de cigarros y tirarse en la cama y fumarlos hasta morir, porque sabía perfectamente que el cigarro podía matarlo, siendo que su vida pendía de un hilo desde hacía años. Los papás intentaron retenerlo, querían disuadirlo con que era muy precipitada su decisión y que sería mejor que esperara a encontrar una mujer con la cual habitar la casa, aunque tal vez lo que los llevaba a hacer esas súplicas era que presentían que su hijo haría una locura. El final de la historia es muy obvio: el escritor cuando no fumaba estaba inconsciente, y cuando no estaba inconsciente fumaba, y en un paroxismo acabó el show. Al día siguiente apareció la nota en el periódico y todo. La causa de su muerte nunca quedó por completo esclarecida; nadie sospechó que el escritor quisiera quitarse la vida fumando cigarrillos. Los papás deshechos y bla bla bla. El punto clave en esta historia, es que al escritor no le hubieran permitido fumar en casa, y por eso tuvo que esperar hasta el día en que pudiera vivir solo. A veces lo cómico y lo trágico se entrelazan de una manera que pone en entredicho la verdad del acontecimiento, pero así es la vida. Otras veces los motivos que incitan a hacer ciertas cosas a ciertas personas, no los saben ni los mismos que las hacen.