miércoles, 19 de mayo de 2010
Un lugar nunca antes pisado
Siempre es bueno mantenerse en lugares donde tu apellido sea raro. Lo raro es distinguido. Perros: mensajeros de la muerte. Pájaros: vehículos de brujas. Mi repertorio de chistes se agotó; ahora espero la muerte. Ramas de 20 a 30 centímetros de largo: varitas mágicas. Es preciso que hagas tus maletas y salgas a explorar aquel nunca-pisado-por-pie-humano-lugar al otro lado de la montaña. O no que hagas las maletas, sino que simplemente vayas, así como estás. Lo de las maletas sólo era parte del inicio de algo indefinido que se fue definiendo sobre la marcha, pero mal. Llega un momento en la vida de todas las almas en que necesitan hacer esto, escribir, cualquier cosa. Se dice que los duendes están al final del arcoiris con una olla de monedas de oro. Algunos creen que no creer los hace mejores. Morir así o asá no es igual, pero es exactamente lo mismo. Ya puedes hacer lo que quieras. Cuando estás mal de la cabeza es como si estuvieras sobre un delgado pináculo rodeado de inasible aire. Dar un paso es dar un paso en falso, siempre. Bastante plausible es resistir ahí con los brazos rodeando las rodillas, como típico loco, hasta que los demás empiecen a caer. Son frases que hay que poner en letras de oro, muy mi gusto. Hay que armarse de paciencia encaramado en el pináculo. Pináculo, de dónde salió eso. Fue un presente de mi ángel de la guarda. Ponte a jugar, me dijo. Hay que estar bastante loco. En el peor de los casos te arrancarás la cabellera tú solo. Si no hay una cama y una televisión y algunos libros en el librero y una casa, no tiene sentido. No tiene sentido la atracción, si no hay varios días por delante con la cama, la televisión y el librero, aunque después quién sabe, nunca he estado en tal situación. Me refiero a abrazar. Lo lamento justo antes de dormir, cuando abrazo la almohada, pero no huele a mujer. Esas cosas simplemente son geniales. Me asombra poder escribir esas cosas. En el contexto de las telepatías, hay una imagen metafórica que el emisor envía al receptor, quien la recibe en forma de señal imprecisa, por decirlo de una manera verosímil. Una mordida en el cerebro no es buena metáfora, ni buena señal, mucho menos buena suerte. Te pones como la tortuga, dentro del caparazón, en cuanto te sabes vulnerable, y yo también, cada quien en su caparazón, y así nos pudrimos ahí dentro. No recuerdo haber tomado una sola decisión correcta, no recuerdo haber ganado nada. Toda mi vida se reduce a haber escrito mal mis frustraciones. Y eso es extremadamente patético, y es mi único consuelo. Sólo utilicé mi desencanto para escribir mejor. Inconscientemente elegía lo peor para mí, para luego escribir así. Supongo. Hoy me levanté y me prometí no escribir, como medida profiláctica, y heme aquí escribiendo, esclavo de las palabras. He dejado de vivir por escribir. De hecho, escribo exclusivamente acerca de escribir. Pero miren qué bien lo hago. Desde pequeño recuerdo mi tendencia a refugiarme en la voz de mi mente. Cuando alguien me lastimaba de cualquier forma, yo esperaba ese momento de tranquilidad en que me acostaba y dejaba que la voz dispusiera. No me interesaba tanto el sentido de las palabras como el tono confortante que tenían. Yo no era un niño lector, era un niño que se regodeaba con esa extraña voz interna. Sin duda, principios de esquizofrenia. Ahora estoy consumado.
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