Cada día la gente se levanta con necesidad de logros, de cualquier índole. Uno no puede conseguir algo y dejar de buscar, porque pronto se termina la satisfacción. Cada vez que abrimos la boca es un reto: hay que decir algo bien. Cuando decimos algo bien, algo gracioso casi siempre, entonces celebramos con una risa, pero eso no puede bastar, hay que hacer la mayor cantidad de intervenciones buenas. No es suficiente subir al autobús y escuchar los pequeños ruidos, ver la gente que va quedando atrás en las calles, gente con guitarras, gente sin guitarras, gente desesperada, preocupada, resentida, etc.
Conversar es casi siempre una contienda, pero lo mejor es la película, esa película que encarnamos y que sólo pasa una vez, no hay rewind, luego termina, tiene su música, su trama, tiene algo que no tiene las otras películas, que se siente, y al final todo se olvida, no queda documento y si queda es imperfecto, en un celuloide que poco a poco se consume, con el pasar del tiempo, el pasar del tiempo, ver el pasar del tiempo debería ser suficiente, ser espectadores del tiempo sin escribir, pero hay que compartir lo que vivimos, dejar aunque sea una vaga idea de aquello que vivimos. Inmensa película que dura toda la vida, con detalles irrelevantes, con sonidos incontables. Al abordar el camión me precede un rufián sin camisa que se niega a pagar, se sale con la suya, después quién sabe qué fue de él, seguro que estelarizará otra película, la suya, la de su víctima. Películas dentro de películas, con sus músicas, sus tramas, sus sensaciones, sus finales. Hay una que se trata de dos personas que se aman y que saben que se aman, pero nunca se lo dicen y jamás se tocan, ofuscados con la idea de que cada segundo vale menos la pena hacerlo, de que cada segundo sus cuerpos se degradan y son menos aptos para el placer, triste historia, bajo soles y lunas diversos, climas, gorjeos de aves de callejones y perros leprosos, que caminan por las calles exhibiendo atrocidades perturbadoras. Entonces subo al camión y un escalofrío me domina y el viento fresco me obliga a cruzar mis escuálidos brazos y me pongo a escuchar los sonidos del camión, me pongo a pensar en el olvido de ese trayecto, en cómo no podré compartirlo con nadie, a menos de que todos en algún momento se metan en mi cuerpo y vean mi película, y al final aplaudan y salgan las letritas. Pero tendrán que meterse en mi pellejo y no tendrán tiempo de aplaudir, porque esta es una película de soledad, de incertidumbre, una película donde si se supiera que hay un público dejaría de ser esa película y sería otra. Porque las personas no pueden verme todo el tiempo, no pueden seguirme a todos lados, mucho menos pueden sentir lo que yo, entonces está muy raro el asunto. Pero las películas siguen cruzándose, son como de realidad virtual, los ciegos siempre con la pantalla llena de ceguera, quién sabe qué vean, nunca nadie podrá llevarlo a la pantalla, hay que meterse ahí, alguien nos meterá ahí y veremos lo que ven los ciegos, porque algo tienen que ver, algunos fogonazos, tal vez ven los sonidos. Sí, no hay hipótesis más viable, la vida es una película de realidad virtual, nos conectamos, nos borramos la memoria, elegimos esto, decidimos sufrir, llevarlo al extremo del sufrimiento, muelas del juicio rompiendo huesos y tejidos, quisimos sentir eso, los olores, la comida, el sexo, la enfermedad, el éxtasis, todo estaba en el programa que elegimos, entramos al cinematógrafo y esa tarde daban Miguel. Y ahora se me salen las lágrimas. Qué buen filme. Cuando se termine la película iremos a casa y recordaremos todo esto y le contaremos a mamá: "hoy viví una muy buena película, se llamaba Miguel, te recomiendo que vayas a vivirla; como siempre, al final se muere”. Y la mamá y el hijo están metidos en otra película y así sucesivamente, pero nadie lo sabe con certeza, porque todo es una borradera de memorias tremenda. Después de todo, si lo pensamos bien, 2 horas pueden convertirse en 60 años, según el ángulo de ataque. El tiempo es una cosa que depende principalmente de cada uno de nosotros, pero si pudiéramos entrar en otras perspectivas advertiríamos que todo el tiempo del mundo y el instante más corto tienen exactamente la misma duración. Así que no te preocupes, en realidad nada queda en el olvido, todo eres tú y lo que pasa en cada instante, siempre es la misma cosa, la que ve las películas, un cinéfilo empedernido. Supongo que mi película es una de terror, eso es todo, una película de terror. Miguel, en la marquesina.
jueves, 27 de mayo de 2010
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