domingo, 30 de mayo de 2010

Poesía

Entonces me levanto y veo por la ventana y es tan temprano que las nubes todavía son azules. Tengo tos de borracho y escribo en trusas porque ayer no encontré el shorts con el que duermo. Decido abrir una puerta que de sopetón se me presenta, y eran dos humanos apareándose lo que ante mis ojos aparece. Habían estándose mintiendo ejemplarmente, con fluidez, y se veían contentos. Entonces hice mis teorías al respecto. Dije para mí que todo pierde la magia al tercer intento. Hay veces que presentimos alegrías y vienen desdichas y viceversa. Es recomendable empezar con el estómago revuelto para acabar bien. La naturaleza de todo es cambiar, básicamente. Al levantarme me prometí no hablar de amor, porque esa es una cosa que se hace. También hay cierta alegría al entregarse a la condena. Tiene sus ratos buenos. Ardillas en el desagüe y palomas infladas, cual rosetas. Montes grises y cielos pálidos de la mañana. Estoy en el establo, con mi caballo y mi revolver y nadie se mete conmigo, pero mi nieto será homosexual, pero me tiene sin cuidado. Hay fotos de animales muertos en la galería de la casa, una especie de altar. En el cruce de mis calles favoritas un señor come semillas diestramente a la manera de un espectáculo desapercibido. Todavía me pesa la culpa de haber sido una decepción. Siempre lo fui, pero el universo es rígido como él solo y es como si sus designios se cumplieran sin resistencias. Es como es. Yo escribo un dictado de las nubes y tus dientes son cigüeñas que llevan bebés. Las mordidas en los labios siempre me han gustado. Al final del trayecto hay unas cataratas. Son letales. Tus gráciles piernas de terciopelo son de aire y nubes y sol y tierra y lluvia y árboles y frutas y sangre y ballena y clítoris y testículos, y en resumen todo es todo y yo hago lo mío aunque sea un idiota, aunque no quiera, aunque quiera ser libre. La libertad está dentro del congelador y también en un espacio alfombrado. Praderas escandinavas y hierba de matorral submontano. Cosas que aprendí por ahí, en la tele, en la mentira, en el azul del encaje de una blusa oreada y puesta en cuerpo moreno de mujer tersa y perfumada. Volumen precioso, acústica cavernosa de voz cadenciosa y atormentada con tragos de whisky al tiempo. Calcetines que huelen a cielo. Dedos delgados y amenazantes. Extenuación desesperada después de la arremetida furiosa y orgánica. Gusanos pensantes. Ropa de bebé recién quitada. Talco en el pañal. Mesa de madera con savia y corcel engangrenado con la silla. Bomba dirigible que te envío de regalo a tu alcoba. Es el vuelo del ave matinal entre la inmundicia de las calles enjauladas. Describen una estela curvada en el fondo celeste de la bodega. Pasan fugaces los pájaros, como la vida. El ataque de los impulsos sexuales en blanco y negro, con cámara lenta y euforia al conquistar la debilidad de otro cuerpo. Tumulto exasperado de hechizos involuntarios en noches sibilinas y purificantes, llenas de licor corrosivo que por la mañana pide justicia en un estómago hambriento. Encontrar una salida en el producto embotellado que descansa en hieleras acondicionadas correctamente. ¡Todo lo que había que decir y yo azotándome! Era preciso. Producto embotellado con etiqueta de farmacia que crea dependencia, hermosa dependencia. Imperfecciones en las piernas: puntos rojos que espero no tengas. Juego de mundial con jugadores guapos que le pegan así al balón y luego celebran cuando pasa algo en particular. Maraña de paréntesis inconclusos, aparentemente alejados del sistema sexual impuesto a los más celosos izquierdistas del condado. Imposición suprema y majestuosa: la vida. El recuerdo constante del universo y sus detalles. Exploración de los caminos tortuosos del arrepentimiento, la lamentación y el implacable correr del tiempo. Miedo infernal. Dedicatoria implícita en cada frase. Todo y nada a un mismo tiempo. El olvido de la vergüenza. Curiosidad impúdica y eyaculación precoz entre risas sinceras. Pásame una servilleta. Dónde tienes las servilletas. No me ensucies el suelo. Yo no voy a limpiar. A mí qué chingados me importa. Pisar el semen y lamentarse la mayoría de las veces. Juro que no volveré a estar triste. Todos deberían de nacer con la destreza del movimiento certero. Habrá que hacer una petición poética, alzando los brazos y conjurando todo, para que lo que no vemos repercuta en lo que sí vemos. Todo empieza y termina en cada instante. Festejo.

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