Las personas extremadamente peculiares somos proclives a pensar que el mundo es una obra donde interpretamos al personaje principal, quien al final logra la redención después de soportar las vejaciones más agobiantes. Podría considerarse un error o un total engaño, aunque lo cierto es que nadie podría demostrar que no es cierto. Eso ocurre porque uno se da cuenta que los demás son muy parecidos y uno muy diferente. Entonces uno comienza a creer que eso es una casualidad bastante significativa, porque es un desafío a las leyes de probabilidad.
Incluso sería estúpido negar rotundamente que una persona gregaria, desde su perspectiva, pueda lograr un final parecido.
En vista de que todo está dicho, procedemos a hacer alusiones escondidas a los asuntos más diversos, decir lo mismo pero de una manera críptica, incluso no decir nada intencionalmente, sino simplemente arrojar palabras al aire para que sean interpretadas al antojo del lector. Desesperación es la bola de instrumentos veraces y helados que despotrican en las mentes ávidas de señales halagadoras. Cuando uno dice algo que aparenta verdad no hay más que esperar contraataque. Pues de hecho sólo es en apariencia y es preferible rebuscar en paraísos imaginarios un futuro con situaciones reposadas y sonrientes. El momento cumbre de la vida es un palpitar en el clítoris, palpitar febril y efímero que distrae irónicamente de la carne putrefacta. La vida es masoquismo estratégico y prefigurado, punta de iceberg azul con rebordes festoneados. Definiciones irrebatibles para el pueblo esta tarde. La gente necesita saber qué es la vida y el palpitar en el clítoris carne corrupta y nefanda que aparece casi hablando en la mente. Y sin embargo la gente habla de otras cosas, habiendo genitales. Las ramas y las hojas criban el sol y permiten que mi piel se haga de leopardo y eso es suficiente para alzar las manos al cielo y agradecerle a nadie, porque arriba no hay nadie. Después está la música, los poemas y las pinturas, cosas que el humano hace para salvar su propio pellejo, aunque diga lo contrario, y luego la humanidad conserva esas cosas y sigue teniendo momentos de iluminación con ellas, pero al final todos se mueren. Lo que uno espera es más que nada honor, un poco de placer también, pero con el honor el sufrimiento se vuelve placer, es como llevar el sufrimiento con dignidad, ser digno de lo que se come de lo que se toca de lo que se tiene. Pero también hay muertes en medio del olvido de poetas y músicos mejores que otros que sí salen en la tele en el radio y en las librerías. Pero eso al final no importa. Un buen poeta sabe que es mejor morir desconocido en una llanura patagónica, apretando la hierba con fruición, y luego la mano que se relaja ya sin vida. Un arrebato de muerte, con luces giratorias y sudor frío, donde no importa qué tanto palpitar de clítoris hubo o qué tanto honor, sino que ya no hay táctica dilatoria alguna que valga. Luego se viene la noche, y de pronto ya se está otra vez ahí, perdido, en forma de cachorrito inocente que tendrá que recibir golpes para aprender a sobrevivir. El objeto de la vida es controversial todavía. Lo cierto es que siendo imposible no ser en ningún momento, ya que pensar lo contrario sería una aporía, la vida es sólo una vida más del infinito de vidas que pasarán sin detenerse ante nosotros y nos tendremos que aguantar porque al parecer nuestra opinión vale un comino. Entonces habría que trascender la importancia de esta vida, dejar de cuidarla tanto e intentar algo descabellado, como yo. Pero qué se puede hacer. Atiborrarse de drogas, matar gente, viajar de aventón, violar muchachas, luego nada. Creo que llevar una vida intensa y quedarse en casa viendo la tele al final es lo mismo, porque sólo puedes sentir una cosa a la vez, es inevitable sentir, lo que se hace es sentir, y hagas lo que hagas sentirás, estando aquí o allá, haciéndolo bien o haciéndolo mal, satisfecho o insatisfecho, y luego pum…………………………………. El abismo.
miércoles, 26 de mayo de 2010
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