domingo, 15 de agosto de 2010
Elevación insensible
Es frustrante que cuando haces algo en realidad no lo haces. Bebes la sangre de tus confundidos, porque la tuya está toda echada a perder. Cuando lees una primera frase que no te gusta, estoy seguro, no dejas de leer, te interesa saber qué puede decir más adelante ese idiota, ansioso tal vez de encontrar a alguien peor que tú. En la música hay columpios y mariposas y conejos brincando a la luz de los focos, también hay vuelos inconclusos, como ese que hacemos con el paraguas, vuelos abortados, pero no por ello otra cosa. Me gusta volar con el paraguas. Estoy seguro que tú también quieres tirarte del balcón con el paraguas. No, hoy no me voy a emocionar y terminar esto que ya empecé. Seguiré escribiendo un rato más y luego lo publicaré a mi público poco numeroso, pero fiel, los amo gente misericordiosa que me lee, porque se me hace difícil convencerme de que en realidad les gusta leer esto. No importa, hay que seguir diciendo cosas como la del paraguas. Les digo que a veces todo cae en el tedio, de hecho todo es tomar carrera para emprender vuelos, vuelos que más bien son planeos, planeos con membranas como las de las ardillas voladoras del amazonas. Ignoro si existen tales ardillas en tal lugar. A falta de una fe más refinada, he situado el cielo en la tierra. Me gusta ilusionarme como idiota, y darme cuenta que a pesar de los buenos momentos, a pesar de las noticias esperanzadoras y de los cambios positivos, esto que vivimos será como si nunca hubiera sido. Palabras, palabras que dentro de los cerebros se vuelven imágenes, sensaciones, olores, un mundo borroso el del lector, un mundo vago y triste, el del lector. Estoy escribiendo esto en paños menores, pero no huele mal, eso no tiene nada que ver, usted no percibirá mi olor a ingle, ni mi olor a rancio. En los parques hay luces y hojas de árboles, y gente acostada en el césped y hombres y mujeres que a falta de cuarto se tocan lo más posible en recovecos umbríos. Tengo algunos libros, los llevaré conmigo a todos lados, y cuando me muera quiero que los pongan cerca de mi cabeza fría y descolorida. A veces hablamos de la envidia, del amor y el egoísmo, y en verdad son temas de los que yo puedo decir cualquier disparate, y las cosas seguirán igual de mal. Toda la gente me parece amenazadora, los niños también, tengo miedo, no lo niego, veo en cada cosa una posible descarga de veneno hepático, y hago mis imperfectas estrategias, estrategias que sobre la marcha cambian, cambian rápidamente, como la estrategia de un equipo que recibe gol al primer minuto.
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