miércoles, 4 de agosto de 2010

El río gris

Tengo un marco en el que debe caber
todo lo que yo quiera dar a entender;
tengo una clepsidra quebrada adentro,
y todo el tiempo me invadió el cuerpo.

Debo tomar esos retazos
y acomodarlos bien en este marco.
Quiero que usted se olvide de todo,
que le basten mis delirios para irse,
para agarrar la maleta
y embarcar a otro planeta.

Las palabras bellas y confortantes
son un arma de dos filos.
¿Qué viene después del hechizo?
Al llegar al límite
no se puede ir más que al otro lado.
Y si era malo, cada vez menos malo;
y si era bueno, cada vez menos bueno,
el hechizo, el engaño, el artificio,
el placer que puede estar escondido,
en forma de palabras,
en forma de asuntos y certezas,
en forma de ilusiones y vidas,
vidas que no significan nada
y son como si pintaras en un lienzo en blanco.

Porque no hace falta tomarse en serio
esto que sin embargo es muy grave.
Y de ahí viene un miedo ridículo
A la soledad, a la vejez, al infarto, al hambre.
Quizá llegó el momento de reírnos del absurdo,
sólo hasta donde lo permita la fuerza.

He leído poemas que hablan de ríos,
ríos plúmbeos de riberas rojas,
donde se ahogan personas,
y hace falta repetirlo,
ni un árbol en toda esa zona,
sólo un río cruzando tierra roja,
un río gris y yo, observándome,
tratando de cruzar el río,
sintiéndome a larga distancia
cómo pierdo tracción
en las piedras resbaladizas;
y el agua es más profunda de lo que pensé,
y la corriente es más fuerte también,
y me sumerjo en un último juego.

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