No supongas que yo sé algo. Jamás hagas eso.
El camino a la locura está lleno de casualidades que sugieren un orden oculto.
Hay un monstruo en la cocina que corta pollo y usa bata y te aprisiona sin tocarte, es tu madre. Quizás en esos carretoneros no haya ya ningún sentir. Clavar los cuchillos en la cabeza a los ladrones confiados; salirles de debajo de la mesa de la cocina mientras roban las coca-colas grandes. Soñé que un amigo pintaba con crayones mejor que cualquiera con pinceles. Pero tuve que decirle que muy bien, pero que sólo la música y las letras me hacían llorar, pero que muy bien de todas formas. La comida hecha con odio sabe a eso, y ya no quiero saber nada de reproches, quiero sumirme en la desdicha de la tranquilidad, el ocio y la supuesta felicidad. A veces me pongo a escribir porque me siento prisionero de algo. Tengo una puerta que da a la calle, tengo una llave que la abre, y sin embargo, no puedo salir, porque en la cocina hay un monstruo que me prepara una comida cargada de veneno espiritual. Me quedo petrificado en las escaleras y pienso en el plan para acometer la huída, pienso en que tendré que despedirme hipócritamente del monstruo, un monstruo que se quedará triste y defraudado por mí, y yo sentiré un remordimiento que no debería de sentir, porque afuera hay sol y hace calor, y probablemente en la noche haya tormenta. Tac, tac, tac, repiquetea el ominoso cuchillo que corta zanahorias en la tabla. Yo pongo música en mi cárcel. Ahora recuerdo algunas cosas, pero sólo lo digo por decir algo, ya que mi memoria está bloqueada por una suerte de maleficio mamario. De haber salido de un huevo las cosas serían distintas. Pero ya se conectó un amigo. Adiós.
martes, 17 de agosto de 2010
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