miércoles, 18 de agosto de 2010
Bruja de uñas largas
Con un sacramento tal nos pondremos a dudar de la veracidad del desentierro. Cómo es posible que las joyas estén entre los huesos. Yo tenía un juguete en llamas y emitía una canción macabra. Yo todavía no me daba cuenta de la gravedad del asunto. La musiquita me hacía gracia. Tenemos que tomar el transporte público, hacer el trayecto, llegar, encuerarnos, hacer los estiramientos previos, tonificarnos, y después, claro está, actuar como animales lascivos, terminar secos, ponernos tercos, obstinados, ya no entra, mejor vamos a comer. La ciudad es grande, pero algo me dice que básicamente no ocurre gran diversidad de cosas. Tal vez en las laderas y cañadas más remotas un tesoro, pero no es de fiar, es mejor ponerse a trabajar, ir a la segura. Se los dije hasta el cansancio, pongan los pies en la tierra, la vida no es como en los cuentos. Pero nadie había leído cuentos. Sí, habían visto cuentos en película. Algunos multimillonarios consideraron apropiado leer cuentos. Hay un danés que los escribía. Hubo un danés, pasó a mejor vida. La verdad ignoro el nombre y el tipo de literatura que hacía, realmente me queda claro que fuera de mentiras su vida era aburrida. Cuando se puso la caperuza, entonces sí se le olvidó lo endeble, lo frágil del cuerpo, y con gran soltura y movimientos elásticos iba canasta en mano bailando por ahí, camino a la casa del lobo, por así decir. Sí, la noche tiene estrellas, tiene luces, tiene oscuridad, tiene arañas, grillos, búhos, jaguares, princesas dormidas, constelaciones, cometas que pasan cada siglo, palabras rebuscadas para impresionar acompañadas de cerveza oscura, sobre todo palabras domingueras, y el placer de colocarlas, las palabras, en su lugar, pero al final es como el pico de un iceberg, casualidad ante todo, destino, preguntas, qué me tiene preparado el destino, qué horrores, qué castigos. Las felicidades no me importan, porque las felicidades me hacen siempre más desdichado, siempre pasan fugaces, las felicidades, y van y me atormentan alejándose como el camión que no alcanzaste y pasa cada 30 minutos. De alguna manera y a pesar de lo insufrible de los sufrimientos, aquí estas, es de admirarse, es de alegrarse, es de asombrarse, seguir aquí, habiendo habido tanto aparente final, tanta amenaza de muerte, tanta fatalidad inminente y animales sedientos de sangre por las calles oscuras y desbaratadas. Todavía me observo y digo: no puede ser, sigo aquí, superé lo insuperable, y me saco el falo erecto y lo blando de blandir y sonrío y digo: qué importa, qué importa si se acaba mañana o pasado, cuál es la diferencia, qué importa si digo esto o aquello, da igual, al final da igual, y entonces me salgo a la calle soleada más vivo que nunca, como si me hubieran inyectado la tizana de alguien que está por hacer un esfuerzo inconcebible para rescatar a una princesa encantada por una bruja de uñas largas. La verdad es que la cosa se va dando, apuesto a que a nadie le parece sensato perder el tiempo leyendo, pero a veces se agotan los placeres, y hay que leer, hay que agarrar el libro y leerle a los niños sentados en un círculo perfecto, y explicarles las palabras desconocidas, y decirles que la vida les tiene preparado un embrujo congelante de torrentes sanguíneos. Entonces los niños, imaginándose adultos, quedan petrificados en un vuelo, y caen quebrados al suelo.
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