viernes, 18 de junio de 2010

Humano

Como humanos poseemos una memoria, nuestra más preciada posesión, que tenemos para irremediablemente perder. Buscamos meterle buenos recuerdos, para que después, al morir, todos esos recuerdos juntos se pierdan. La gente encuentra razonable morir después de haber acumulado una cantidad decente de buenos recuerdos en la memoria. No creo que se trate de razones, sino motivos, motivos que la razón no debe ni siquiera ponerse a estudiar, porque son cosas totalmente absurdas, cosas de animales, de instinto.
Y todo eso en un bonito transito de hormigas que desde el cielo parecen tener funciones más obvias. Sin embargo, cuando uno se acerca un poco más, o entiende lo que significan esos ligeros gruñidos que salen de nuestras bocas, entendemos que ese tránsito está lleno de chismes e intrigas, envidias y otros sentimientos, ocultos y encuerados. Todo eso quiere decir que la vida es algo que tendría que tenernos sin cuidado. Pero saber esto sólo es una nueva forma de tormento. Saber que la vida es algo que no debería preocuparnos sólo es una nueva forma de tormento. Que la pongan así en la selección de mis frases bonitas. Y mientras estamos perdidos en esta insignificancia, es inevitable intentar ser el mejor. Algunos prefieren declarar que ellos no buscan ser los mejores, pero sólo es parte de la estrategia para ser los mejores, aunque nadie sabe realmente en qué consiste ser el mejor. Es más bien una constante lucha implícita, llena de jactancias con las que intentamos dejar en claro que sabemos vivir mejor que los demás. Por eso aquella afirmación de no querer competir, pues no competir es como decir: yo no me preocupo por esas banalidades, yo estoy en otro nivel, yo sí disfruto la vida. Al final todos se mueren comoquiera. Y todo esto lo permite un montón de huesos y sangre y tejidos, y al estar concientes de esto vivimos en el constante miedo de que esos huesos, sangre y tejidos hagan algo que nos duela, porque dependemos totalmente de esas cosas, somos esas cosas. En lo personal, siempre me horroriza la idea de que mi corazón bombea sangre y que si por alguna circunstancia deja de hacerlo, yo seré el que sufra las consecuencias, y eso es algo que tendrá que suceder, y a mí nadie me preguntó si yo quería asumir esta responsabilidad. Ahora que también está la insistente imagen de uno teniendo un infarto en una reunión de etiqueta, con el típico martini en la mano. Es terrible cuando el monóculo se desprende y los circunstantes lo agarran a uno del brazo al ver que se desvanece. Después seguramente pasamos a otra existencia igual de incomprensible.

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