sábado, 12 de junio de 2010

Esto es otra cosa

Espero que la conversación que tuvimos haya quedado grabada y archivada en el archivo universal de conversaciones guapas. Sería una lástima que se perdiera esa joya artística. Y esto es otra cosa. Ayer venía enfrascado en mi libro y un poco enervado por el tremendo olor a caca que despedían los obreros que regresaban a casa. Era la hora pico, la hora de regresar a casa, tomar la ducha y cenar y descansar para levantarse mañana a empezar otra vez lo mismo, una y otra vez. Entonces quito la vista de mi libro y la levanto buscando un rostro bello. No encuentro nada. En México es casi imposible encontrar un rostro bello en el metro. Casi todos los mexicanos son expiratas o exguerreros, o una mezcla de ambas cosas, prietas y blancas, por lo regular asquerosas. Pero yo iba a la biblioteca, fresco como una lechuga, eludiendo bultos morenos y hediondos. Todo lo demás ya es una cuestión filosófica. Y, como siempre, la gente vacía, y, como siempre, la gente sorprendida, la gente que me mira con envidia, porque evidentemente soy un mantenido, bueno para nada, paso con mi novia y unos pelafustanes me dicen entre dientes: esa mujer te la compró tu papá. Pero ellos no saben por lo que yo he pasado. He sufrido más que cualquier obrero, y escribo cosas sabiendo que no vale la pena. También es difícil tener todo el tiempo para uno mismo, no poderse conectar al tejemaneje cotidiano, a la cosa del trabajo. Es sano dejar de pensar en las cosas de la existencia, porque todo es un hoyo negro que cada vez se pone más negro y uno va cayendo y no sabe en qué momento se topará con el suelo, cuando uno se mete en lo de la existencia. Espero que el suelo tenga una capa de algodón de un kilómetro de grosor.

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