miércoles, 24 de marzo de 2010

El remordimiento

En una escalera norteña escribía con una libreta sucia sentado en vomitada que no era mía y que no existía pero ahí estaba porque yo intentaba desentrañar inopinadamente lo que había de misterioso en un día común y corriente en el que no me moría ni era feliz. Entonces comencé a pensar que era conveniente escribir sin sentido, ya que la vida se presentaba tan difícil para mí, un imposibilitado de llegar a la comprensión de cosas incomprensibles, ni siquiera capaz de inventar buenas trolas para los incautos que todavía se les puede llamar novicios y andan por ahí buscando en libros una mano que los jale al paraíso, pero no. Aquí es donde el lector dice: hala, valió la pena hacer el esfuerzo al principio, parecía que esta mierda no llevaba pies ni cabeza, y es cierto, no llevaba pies ni cabeza, venía al trochemoche, pero se ha ido enderezando debido a la necesidad de que todo lleve una lógica que yo mismo quisiera eludir pero que es adhesiva como la cinta. Yo digo que ahora es mi plenitud, ahora es cuando hago mi arte como catarsis, pero es precisamente en este instante en el que los que saben de estas cosas comienzan a convencerse de que estoy chiflado y no sirvo para nada, pero debe ser la envidia que me tienen porque yo sí disfruto lo que hago. Pero si uno quiere obtener reconocimiento tiene que dejar de hacer lo que le gusta, pero a mi no me va eso y yo sigo con mi mente puesta fijamente en la jarra de cerveza que el destino me tiene preparada en alguna cantina de personas de la tercera edad mezcladas con jóvenes derrotados que ya se sienten ancianos y donde la pelea de box provoca una chacota que sería preferible aislar y seccionar y aumentar y suprimir, regresar y revisar bien cada comentario de esas conversaciones que están llenas de análisis deportivo. La expectación que un evento deportivo genera es algo que ronda por las calles como niebla londinense; o sea, una cosa que da escalofrío. En lo personal no me gustan las personas que escriben como yo, por ejemplo Burroughs, prefiero una historia bien hilvanada y clara, donde no haya ninguna aporía ni ninguna inconsecuencia, pero creo que es más placentero hacerlo así, sin historia sin trama, a ver qué sale, y puede que salga algo bueno, pero eso sí, no me extrañaría nada que a nadie le interesara esto, porque es una cosa por completo egoísta que yo hago. Shakespeare escribía para que lo entendieran, estoy seguro se esforzaba un huevo para darse a entender, y mírenlo, sigue vigente, de hecho yo lo estoy leyendo ahorita, porque se me hacen buenos sus sainetes. Yo soy un escritor limitado que rápidamente fastidia al lector con frases mal armadas, pero estoy seguro que a veces digo cosas como esa de que las personas que vemos a diario son cada vez más extrañas, cosa que a mí me parece excepcional, pero que a muchas personas probablemente no les mueva ninguna fibra y ese no es mi problema; yo sólo regurgito mi rollo y lo dejo a discreción de al que llegare. En ese aspecto soy más libre que aquellos que batallaron en hacer escritura digerible. El cerebro: gusanos ensangrentados que pretenden elevarse en éxtasis. ¡Ven!, de eso es de lo que hablo; sucede de repente, y para eso tengo que empezar con algo, lo que sea. Nubes pasajeras que ni siquiera ilusionan en el cielo primaveral, todavía hay que esperar. ¿Ustedes, las mujeres, qué opinan de los bigotes rubios? A mí me parecen repugnantes. Nomás por curiosidad prueben las drogas; a veces uno cree que ha llegado al Reino de los Cielos, y seguramente así ha de ser, pero no tan efímero. Las drogas, en una definición muy personal, son una probadita de lo que será el Reino de los Cielos; incluso hay una que se llama éxtasis, y el nombre no miente. Claro que nadie le da importancia a las contraindicaciones, porque al fin y al cabo vinimos a sufrir. La palabra remordimiento viene de cuando uno siente que se pasó la comida sin masticarla ni saborearla lo suficiente, por lo que al próximo bocado uno muerde con mayor cuidado y más veces, es decir que uno remuerde, porque precisamente uno siente remordimiento. Sólo de ahí puede venir esa palabra, sólo de un descuido nuestro que ofende el sabor de la comida, porque la comida es el placer más grande y si uno no la saborea cual debe ser, uno se siente culpable, pero rápidamente enmendamos el error y le ponemos más cuidado al masticado de la comida. Si alguien se tomó la molestia de llegar a este punto del escrito, se habrá dado cuenta, definitivamente, que soy un genio. Yo ya sé de qué se trata la vida, lo leí la otra vez en Borges: es algo así como que todo es todo y ya viene envuelto y es imposible salirse de lo que ya está hecho, y que uno debe hacer como que le interesan las bagatelas del mundo, aunque uno sepa muy bien que todo es nada. A esta conjetura, utilizando un estilo muy al estilo de Borges, yo agregaría que, bueno, las bagatelas de la vida sí, son bagatelas, pero también es cierto que a veces esas bagatelas nos meten unos sustos y unos vértigos que para qué. Si malentendí a Borges no me importa; ya saben que Borges como decía una cosa decía otro, pero era un gran señor, como aquella vez en la que escribió la historia de un militar alemán que decía: mi carne puede tener miedo, yo no. Ese militar alemán era la ley, decía que no importaba si Alemania era el yunque y Inglaterra el martillo, que lo importante era que rigiera la violencia, porque al militar alemán, como estaba cojo, se le ocurrió que sería buena idea ponerse a leer a Nietzsche, y ya saben, todo eso de Hitler y Wagner que tanto enajenó los cerebros teutones, que por lo demás son dignos de respeto, incluso creo que la segunda guerra mundial fue una empresa muy sensata, digo, no sé bien a bien de qué se trataba pero de que era sensata era sensata, porque ¿qué hay más sensato que aquello que parece descabellado?, eso es una cosa lógica, ya se sabe muy bien, sobre todo entre los lectores más cursados.

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