jueves, 25 de marzo de 2010
Crónica de la crónica de un embuste
Un amigo me contó la historia de una señora que estafó a otra, diciéndole que era una adivina y que podía leerle las cartas. Se las leyó, y el veredicto del sortilegio fue: que sus padres iban a morir pronto, en un accidente catastrófico, y que la única manera de evitarlo, era con una cantidad de dinero igual a la suma de las edades de sus padres por mil, doblando lo que resultara de aquello, y que con ese dinero, metido en un costal o algo por el estilo, ella haría un hechizo y salvaría a sus padres de la muerte. Le aclaró que el dinero no era para nada para ella, sino que, “¡qué le vamos a hacer, yo sé que parece sospechoso, pero así es el conjuro señora!”. Entonces la señora ingenua sacó el dinero que llegaba a unos 240mil pesos de la bóveda del banco donde trabajaba como cajera, los echó al costal y, todo entre la noche dentro del banco, la embustera hizo con los polvos de la madre celestina el ajuste universal para que no ocurriera lo que estaba destinado, haciendo no sé qué tejemanejes con la bolsa. Después de esto le dijo que para que el conjuro surtiera efecto, era necesario que la bolsa se quedara ahí 3 horas. Luego no sé que pasó, pero, supongo que en una de esas que se distrajo la señora ingenua, le cambió una bolsa por otra, y para cuando pasaron las tres horas y quería regresar el dinero a la bóveda, ya no estaba, por lo que me imagino que se sintió como una idiota y hasta no sé cómo no se suicidó, y si yo hubiera sido ella, habría huido sin decir nada a nadie, a otro lugar donde nadie me conociera. Por mi parte, mientras mi amigo contaba la parte donde la bolsa estaba en reposo, yo imaginaba los efluvios mágicos que la bolsa despedía y modificaban el curso natural de las cosas. Al final de su historia remató con el comentario de que no se podía explicar cómo la gente se podía dejar engañar de ese modo tan pueril; entonces yo dije entre mí: yo pude haber sido estafado fácilmente con la imaginación que tengo, sin embargo no cambiaría la imagen de la bolsa en medio de los polvos de la madre celestina, por la satisfacción que reporta estar siempre a la defensiva. Después de todo, es evidente que todo da igual, pues vamos a morir al final, y creo que creer en lo fantástico es una sensación muy digna de vivirse, aunque al final uno caiga en la cuenta de que todo fue un engaño para sacarnos dinero.
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