jueves, 29 de julio de 2010

Alargar el suplicio

Para mí las palabras son como prendas de vestir, y así como hay sombreros, zapatos y playeras, hay adjetivos, sustantivos y artículos; y lo que uno tiene que hacer con las palabras es precisamente lo que uno hace con la ropa: tratar de combinarlas de la mejor manera posible, para así poder lucirse.
Siempre intento convencerme de que no podré conseguir lo que busco, para que así, cuando vea perdido lo que buscaba, no me ponga tan triste, aunque de hecho eso sólo es un engaño, porque uno sigue buscando lo que quiere sin poder obtenerlo, y es imposible que uno no haga el mayor esfuerzo posible por obtener lo que quiere, porque sería peor, uno nunca se perdonaría no haber hecho el mayor esfuerzo, porque regresaría constantemente el pensamiento de que aquello que buscábamos era realmente posible, cuando en realidad nada de lo que buscamos es posible, porque siempre buscamos cosas imposibles. Aunque claro que esto son sólo palabras.
Buena suerte sería hacer unos trazos al azar y que saliera un Van Gogh
Cuando alguien acepta que su vida es triste, es como si bajara la guardia e invitara a todo el mundo a burlarse de él. Cuando alguien no está contento con lo que es, creo que está bien que se suicide, qué puede importar, de todas formas morirá. Las personas alegres pueden continuar hasta que se les termine la alegría, creo yo. Pero los fuertes necesitan a los débiles para poder darse cuenta que son fuertes.
Mi vida se puede resumir en esa sensación que tengo cuando veo una linda hoja de libreta en blanco y tengo un lápiz en la mano. Por un momento me da la impresión de que haré algo asombroso; comienzo a dibujar y descubro que soy un fiasco; y así hoja tras hoja, hasta terminar la libreta.
Todos sabemos muy bien hacia dónde nos dirigimos. Creo que hemos estado subestimando la locura y el camino corto. Todos saben muy bien que la vida es una tragedia, pero creo que nuestro estúpido instinto nos hace tomar la vida como un reto. Siempre nos proponemos algo y tratamos de conseguirlo; algunos lo logran, otros no, otros pudiendo haberlo logrado no lo logran por diferentes circunstancias quisquillosas. Utilizamos ese propósito como un pretexto para seguir aquí creyendo que hay un motivo para vivir. En el fondo nadie consigue lo que creía estar consiguiendo al conseguir lo que quería conseguir, es decir la felicidad, porque en el fondo la gente lo que quiere es alargar el suplicio lo más que se pueda.
Creo que los mejores libros son aquellos que tienen frases tan acogedoras como casas danesas en invierno, donde alguien lee un libro junto al fuego. El instinto es vanidoso; siempre busca lo contrario que una mente bien fría. También es verdad que el instinto arrastra con una correa a la razón, y que, de hecho, lo ideal es utilizar la razón para cumplir los caprichos del instinto. Aunque obviamente el hombre inteligente sabe que lo único sensato en este mundo es consultar a la muerte antes de hacer cualquier cosa. Después uno descubre que lo más fascinante es pensar en cuándo tendremos el valor de sumergirnos en el abismo.
La sociedad me ha encerrado en un cuarto. No puede ser, me siento culpable por no trabajar, y cuando siento que hay gente merodeando, me resguardo en mi guarida hasta que pasa el peligro. No quiero que me hagan preguntas. No quiero que me vean con esos ojos. Ellos piensan que simplemente soy un mangante. Pero yo tengo la misión de reconocer y después hacer un reporte claro y revelador acerca de lo que significa ser yo. Y así, cuando me muera dejaré por ahí algunos textos que hablen de mis inquietudes, y ya la humanidad sabrá si los tira, los lee, o se limpia el culo con ellos; a mí, la verdad, eso no me quita el sueño.

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