martes, 2 de febrero de 2010

Reflexión sombría

En las calles hay llovizna y la tierra se humedece. La gente se dirige a donde el deber les llama. Todos van buscando el triunfo, la gloria, la vida. Los escritores cuentan historias de lo mismo, una y otra vez de lo mismo. Algunos escritores han optado por la incoherencia, hartos del escaso menú de temas para tratar. Suenan voces que urden planes de éxito, que buscan dinero para seguir viviendo, buscan medios para sentir mejor la vida; a veces la consecución de los medios ocupa la vida misma. La gente, que vive en un misterio insondable e infinito, se obstina, generación tras generación, en un espacio reducido, temas reducidos, objetivos reducidos, nada trascendente, nada espiritual, nada para después de la muerte, todo material, todo efímero, como todo lo material. Ya vimos a muchos perder la cordura intentando hallar el orden. La gente se mueve por el mundo, renuentes a la idea del destino: creen que pueden hacer más de lo que las circunstancias les permitan. El drama de la vida está en que uno se ve de pronto obligado a luchar por algo que nunca pidió. De ahí que muchos pensemos que la vida es una mierda. Las teorías del mundo son todas subjetivas, son todas aplicables a quien las hace y nadie puede hablar en nombre de nadie más. No sé si los demás se engañen pretendiendo que la vida es diversión en medio de penas y obligaciones y necesidades; a la mayoría de las personas que les comparto mi opinión de que el mundo es una mierda, me dicen que estoy equivocado, que es muy lindo. Entonces comienzo a creer que yo soy el que vino defectuoso. Por eso me limito a decir que para mí el mundo es una tragedia, es algo impuesto que tenemos que soportar, y no digo que no haya momentos de euforia y placer, pero la verdad es que el cuerpo se está pudriendo, y estoy seguro de que la agonía no ha de ser muy divertida. No me convence la idea de tener que trabajar para morir de todos modos al final, para prolongar un poco más esta vida insulsa y decepcionante. Yo no le veo caso, pero no quisiera meterme con los demás; esta es muy mi opinión. Y claro que me regocijo haciendo estos escritos, pero sólo un momentito; rápidamente vuelvo al hastío, a la insatisfacción, a la sensación de ser un lelo bueno para nada. Ni siquiera los libros son una salida con toda su fantasía. El libro es una cosa que está ahí, pasiva totalmente, esperando a que la agarremos y la hagamos vivir en nuestro cerebro; pero en realidad es una cosa que exige más de lo que ofrece. El libro, con todas las fantasías que encierra, no podrá salvarte de la pudrición, ni de la demencia, ni de la desesperación de estar acorralado entre el instinto de conservación y lo absurdo, decepcionante, asqueroso y demandante de la vida. Por otro lado está la gente que, determinada a llevar una vida menos penosa, se vale de todas las tretas posibles para lograrlo, como la de abrirse camino decapitando a unos cuantos; incluso los mejores en este arte tienen que morir. Últimamente se me ha puesto en la cabeza la idea de que quiero seguir viviendo, nada más para seguir hablando de la muerte. Lo que me molesta más de la vida es que uno no puede excederse en nada; ni siquiera podemos hacer lo que más nos gusta todo el día, porque el cuerpo se fastidia y se queja o deja de funcionar en el momento menos oportuno. Lo que tenemos que hacer es buscar variantes, para que el cuerpo esté más o menos contento. Hay que estarlo cuidando. Hay gente que dice que yo me la paso quejándome sin razón, y no los juzgo; creo que, al igual que yo, dicen lo que la circunstancia les dicta.

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