sábado, 6 de febrero de 2010
Mi hijo
Un vez solamente le dije a mi hijo mientras jugaba en la mitad de la calle como a él le gustaba: “ten cuidado con los chingados autos, son cabrones”. Él me respondió: “no te preocupes, no me atropellará nadie”. Pasaron tres meses de esa conversación, tres meses en los que mi hijo todos los días hacía lo que le venía en gana, y estábamos en el hospital. Pasé a verlo y le dije: “yo confié en ti, hijo, pensé que sabrías eludir los autos. Dime ¿qué pasó?”. Me contó que estaba corriendo con la libertad con la que vuela un pájaro, cuando de pronto sintió que una bestia de acero le pasaba por encima. Yo le dije que tendría que acostumbrarse, que así era la vida. Entonces él me dijo que no quería vivir así. Y yo le dije a eso: “estoy totalmente de acuerdo contigo”. Pagué la cuenta del hospital y regresamos a casa. Cuando estuvo totalmente recuperado y apto para seguir en sus cosas, volvió a las andadas, no sin antes pedirme, apenado, permiso para salir. Yo le dije: “anda ve y juega como creas conveniente”. Y nunca volvió a tener percance alguno. Ahora mi hijo se gana la vida haciendo el trabajo más divertido y honrado de todos: escribe cosas entretenidas. Es mi hijo una suerte de Tom Sawyer urbano. Tiene una frase que me llama la atención en particular, y es: “hay personas que se preocupan por parecer despreocupadas. Lamentablemente es muy difícil obtener satisfacción en la mera despreocupación”.
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