Hoy tuve tres ideas y aquí las he desarrollado:
-Cuando uno se convence a sí mismo de que nada podrá satisfacerlo sino lo que uno mismo haga, es cuando surge la necesidad de crear obras de arte magníficas, yo creo. Esto debe llegar cuando uno cae en la cuenta de que sí, en efecto, es posible encontrar placer en las obras de otros, pero nunca tan completo como cuando uno es el creador. Entonces uno se compromete a agradarse a sí mismo. Por lo que se puede ver, muchas personas encuentran en las obras de otros una satisfacción tan grande que en ocasiones llegan a ufanarse de tener debilidad por alguna obra y la defienden a capa y espada contra las favoritas de otros, quienes, a su vez, ensalzan las suyas, peor que como si fueran de ellos. Ahí es donde se echa de ver lo indispensable que resulta el elemento de insatisfacción en todo gran artista. Bueno, yo inicialmente no me refería sólo a una insatisfacción por las obras de arte ajenas, sino a una insatisfacción en general, una insatisfacción por todo lo que el mundo puede ofrecer, digamos, dinero, mujeres, honores, paisajes y pajaritos. Y aquí va algo que se me ocurrió y viene muy a propósito del tema: que yo no puedo encontrar satisfacción en la lectura, por serme imposible leer de corrido y entender a la primera lo que el autor quería decir; siempre tengo que regresarme, y eso a mí me frustra, me hace ver la lectura como un ejercicio demasiado demandante, y yo soy un rebelde de la vida que exige placer permanente sin necesidad de esfuerzo. Todos los días protesto por las condiciones de vida que me fueron impuestas.
-Yo tenía una amiga por la que sentía cierta debilidad y un día me la topé por casualidad en una estación del metro, entonces tuve la sensación de que sería apropiado soltarle una sonrisa de película, que la situación lo ameritaba, vaya. Claro que ella no es el amor de mi vida; el amor de mi vida es una que si viera en la calle sí que sería una sorpresa, puesto que es tan bella que si anduviera por la calle sola, tomando metros, no duraría mucho haciendo la faena, porque presto un avispado raptor la pepenaba. Es aquí donde se me ocurre que cuando por fin me tope con el amor de mi vida, será como dijo Bretón que tenía que ser el amor: explosivo-mágico. ¡Menuda observación la del surrealista! Le apuntamos por lo pronto un diez. Y esto lo digo porque, como es natural, al amor de mi vida constantemente lo traigo metido en la cabeza, y desmiéntanme si estoy mal, pero uno nunca se encuentra con una persona justo cuando va pensando en ella, que no que no; puede que un instante antes de topar a la persona haya una señal inquietante que nos prepare para el encuentro, pero nada que pase de un par de segundos; de hecho uno no alcanza a descifrar la señal cuando ya tiene la cosa frente a sí, o la señal es de esas que se convierten en señal hasta que aparece lo que señalaban, por lo que podría decirse que es una señal inútil, aunque evidentemente es una señal. Entonces digo, que para que yo pueda topar al amor de mi vida es primero absolutamente necesario que yo deje de pensar un rato en él, cosa que sucede muy poco a menudo. Como ya lo había apuntado antes, ella es tan bella que no puede ser vista por la chusma, porque entonces estaría bien justificada una violación cuando el indiciado arguyera que su instinto lo obligó a cometer la fechoría, e incluso podría multarse a la agraviada por andar tentando a los jornaleros. Ahora, yo no soy uno de esos que anda en lugares lujosos como ella, así que esto hace aún más improbable un encuentro, pero como el amor es mágico-explosivo, tendré que asumir yo que si me la llegara a encontrar estaría en presencia del amor de mi vida. Cuando imagino ese encuentro siempre sospecho que desde 2 horas antes, cuando menos, estaré envuelto por una atmósfera extraordinaria, que me vaya llevando, sin que mi voluntad pueda resistirse y sin que sospeche adónde me dirijo, hasta donde ella se encuentre en igualdad de circunstancias. Entonces los dos tendremos esa sensación de haber sido puestos ahí expresamente, para que de ahí en delante anduviéramos juntos agarrados de la mano galopando alegremente por la pradera.
-A ver si mi sospecha es correcta: la mayoría de sus recuerdos son de cosas que los avergüenzan o los aterran. Esto lo digo porque en mi caso sí es así. Mis recuerdos son tan vergonzosos que no puedo comunicarlos. Algunos puedo comunicarlos porque sólo son aterradores, como la vez que me desperté y mis canarios agonizaban en el comal, mientras mamá trataba de reanimarlos. No estoy aquí para contarles las cosas que constantemente recuerdo, pero puedo decirles que casi el cien por ciento son traumantes. Nomás lo menciono porque me gustaría saber qué puede decir la gente a esto y, si fuera posible, sacudir unos cuantos cerebros.
martes, 23 de febrero de 2010
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