jueves, 18 de febrero de 2010

La existencia

Estar conciente de la existencia, vivir el momento al máximo, hace que constantemente te equivoques en las cuestiones prácticas de la vida y te hace parecer un idiota. No te dejes vencer, sigue viviendo el momento, en la cárcel, en la calle, con hambre, vive el momento siempre, disfruta la existencia, sea como sea. El mundo actual te exige que seas un inconsciente de la existencia, te exige que estés preocupado constantemente en los pendientes del trabajo y otras cosas. No puedes estar maravillado del instante que vives al mismo tiempo que escuchas las órdenes del patrón. Es una cosa o es otra y cada quien decide cuál toma. Ambas tienen sus pros y sus contras: escuchar las órdenes del patrón prolongará nuestras vidas, porque si obedecemos tendremos una paga que nos facilitará lo necesario para poder relajarnos aunque sea un rato y pensar en el misterio de la vida; no escucharlas y observar la indumentaria del patrón y luego imaginarlo desnudo y advertir lo fatuo que resulta el patrón con toda su afectación, convencido de que es superior sólo porque sabe algunas cosas técnicas y tiene mejor ropa que la tuya, será divertido, pero lo más probable es que esa actitud haga que tu patrón te despida y no puedas cubrir las necesidades básicas. Seguramente cuando estés en la calle sin haber comido, tendrás el cerebro lo suficientemente ofuscado como para no poder gozar la existencia. Estar conciente de las cosas te lleva al hastío, a la inconformidad, al suicidio. El misterio de la vida, las cuestiones que levanta, son tan fascinantes que parece razonable que haya personas que no quieran dejar de pensar en ellas. La gente anda por la vida haciendo cosas sin saber qué es la vida. Debería de existir una fundación que mantuviera a los embelesados de la existencia, porque puede que de ahí salga alguien que por fin diga algo razonable como: hay que acabar con la humanidad. La gente estúpida replicará ante esto: si tanto odias la vida, suicídate solo tú. Pero hay que ver que el embelesado de la existencia tiene una filantropía muy acentuada, que no le permite irse de este mundo sin antes cerciorarse de que no se volverá a cometer la injusticia de seguir trayendo seres a este mundo sin su consentimiento. El embelesado de la vida va más allá, nadie le va a venir a instruir a él en cuestiones existencialistas: él sabe muy bien que va inherente a la existencia el instinto de conservación, el cual impide a todo trance el suicidio.

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