viernes, 29 de enero de 2010

El inadaptado

Hubo un temporada de mi vida que la dediqué fervientemente a destruirme leyendo libros que advertían de los peligros de leer libros en exceso, a veces de manera explícita, otras de manera oscura y engañosa, pintando a los lectores trastornados como personajes divertidos, como el Quijote. Y ése sólo es uno de los factores que traen como producto que yo sea un completo desastre. Nadie mejor que los libros para explicar lo peligroso de ejercitar de más la imaginación con las letras. He llegado a sentirme abrumado en noches tranquilas, por las imágenes salidas de los libros que de pronto se me abalanzan en la mente; se siente un sofoco a esa hora. Otros factores que contribuyen a mi desastrosa vida deben ser las drogas, mis padres y mi constitución física impuesta de nacimiento; tal vez soy propenso al fracaso. Lo cierto es que he dejado que mis padres tomen las riendas de mi vida. Descubrí que era lo mejor cuando cada vez que les llevaba la contra había más problemas que soluciones. Me di cuenta que lo mejor era fingir que me interesaban las cosas del trabajo y que estaba convencido de que la mejor ruta sería la de conseguir un buen empleo, una esposa, etc.
Recuerdo que cuando le dije a mis padres que quería estudiar filosofía me dijeron que no, y me propusieron que estudiara leyes, que al fin eran parecidas a la filosofía, y yo acepté, y creo que desde ahí comenzó mi abulia. Ahora estoy en un despacho y ya planean meterme en un juzgado y yo no me opongo, al menos no de palabra, porque sé que eso sólo alteraría a mis padres y me juzgarían de gandul y cosas parecidas. Yo quisiera que me dejaran escribir en paz, de hecho les he dicho miles de veces que soy bueno para eso, pero no me creen, piensan que sólo es una estrategia para no trabajar, y nunca han sabido apreciar el trabajo de leer que yo hago; creen que sólo lo hago por gusto, pero en realidad se ha convertido en un trabajo: el trabajo de llegar a una simplicidad tal que impresione. En el trabajo ese que les digo, el del despacho, me entretengo pensando en lo que llegaré a escribir a la casa, cantando canciones, inventando músicas, y voy de aquí para allá con el abogado que me enseña las mañas de la profesión, y yo pretendo estar ahí atento, pero sólo estoy pensando las razones por las cuales no quiero estar ahí. Pero creo que lo más sano es estar ahí. La mayoría de los trabajos que ofrece la ciudad, por no decir todos, tienen como función principal la de enriquecer desmesuradamente al patrón. Tienes que estar ahí ocho horas diarias, seis días a la semana, dando lo mejor de ti, porque si no, llega otro más desesperado que tú y te saca. Se acabaron los tiempos en que uno aprendía el oficio de su padre y lo ejercía toda la vida y no había complicaciones. Ahora yo no sé qué pasa, que los zapateros de todo el mundo han sido sustituidos por unas cuantas marcas que producen los zapatos de todo el mundo, y yo no sé para qué tanta ambición. En serio que me molesta tanta ambición. Si las cosas fueran como en los buenos tiempos, yo sólo tendría que preocuparme por cuidar mi cosecha, o saber reparar zapatos, o saber hacer muebles, y llegaría un momento en que dominaría tanto esa actividad que cuando llegara un cliente haría el trabajo con facilidad y con alegría. Póngale usted que llegaran unos dos o tres clientes al día; yo les diría que vinieran en una semana y que no me molestaran, y me tomaría toda la calma del mundo para terminar el pendiente. En cambio ahora, tendría que meterme a una maquiladora, donde nunca podré dejar de hacer la misma función: atornillar suelas o lo que sea; y eso al lado de miles que hacen labores igual de mecánicas, para que un hijo de puta tenga bienes de sobra, mientras que uno tiene jodida la espalda, con el dilema de arreglarla o comer. Tal vez si no existiera este sistema económico todos sabrían reconocer que tengo un espíritu peculiar, y quizás hasta me tendrían compasión y comprarían mis libros. Yo sé que una sociedad más noble me dejaría en paz escribir mis cosas y leer, pero estoy aquí, escuchando a mi alrededor cómo todos hablan acerca de cómo, cómo chingados, conseguir dinero. ¡Dinero! El peor invento sin duda. Salir de casa sin un cinco y andar por ahí vagando, a ver qué sale, es algo que no termina por convencerme. Tendré que seguir deslizándome en la mierda. El mundo actual sin duda es demasiado complejo para mí: muchas hojas, muchos trámites, y yo con muchas ganas de deleitarme con mis pensamientos y mis sueños.

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