sábado, 11 de junio de 2011
tiro perfecto
Siempre que vas a hacer algo que afectará a alguien más te pones nervioso. Y por eso la mañana del asesinato al comandante vomitaste. Habías tenido una fiesta ayer. Y habías tomado y fumado. Y no habías comido mucho. Tomaste el rifle de francotirador que habías adquirido por internet. Estaba en un estuche que parecía el de un rifle de francotirador. Los tiempos están como para creer cualquier cosa, así que al verte pasar la gente imaginaba que en el estuche traías un rifle de francotirador, o tal vez algunos órganos. El caso es que te pusiste en el único lugar donde los guardias del comandante no vigilaban. Era un recoveco alejado, el departamento de un compañero de revolución, que vivía por ahí en el centro. Salió el comandante, una vez más, a engañar al pueblo, con todas sus insignias, con su traje caro, con su cara de estúpido, con sus palabras patrióticas, el viejo fraude. El disparo tenía que ser preciso y no era cosa fácil. Estuviste un rato en aquel cuarto con tu amigo. Te arrepentiste de haber tomado anoche. Pensaste en lo peligroso que sería matar a ese comandante que sin embargo nunca había luchado, ese comandante falso que cuando nadie lo veía en su mansión hacía orgías con putas húngaras y sus camaradas lascivos. Tenía dinero a montones, cuentas de banco interminables, y lo había hecho todo succionando la sangre de los que esa tarde le aplaudían. Por eso imaginabas las noticias. Sabías que podían atraparte. Pensabas que de todas formas era un buen comienzo para la revolución. Un disparo en la frente del comandante de las fuerzas armadas de tu país. Un aviso de que algunos entre las masas todavía tenían alma, sentido de justicia. Porque ese comandante ha matado más personas que tú y seguirá haciéndolo si no lo matas. Pero claro que muchos no se dan cuenta y en lugar de reclamar, en lugar de luchar, agradecen el empleo que se les da y la oportunidad de vivir. Pero todos sabemos que las cosas podrían estar mucho mejor, que no tendría por qué haber gente muriendo en las calles, justo a unos metros del palacio del comandante. Y de todos modos, ¿por qué vamos a soportar que alguien esté mejor que nosotros? Eso es lo más indignante. Así que armas decididamente tu rifle, el comandante está a punto de salir al balcón de su palacio para dar el mismo estúpido discurso con el que embelesa una y otra vez a esa turba de animales que lo vitorean. Ahí está, con su estúpida esposa. Tienes que encajar la frente del comandante en la cruz de la lente roja. Sólo tienes una oportunidad para la fama, para convertirte en un héroe, probablemente anónimo como los buenos héroes, porque esos que controlan las cosas preferirán torturarte en una habitación privada, tal vez durante 20 años, sin que nadie lo note. Entonces se te ocurre que lo mejor es hacer el tiro perfecto y después matar a tu amigo y matarte a ti mismo, por el bien de los dos. Borrarán todo rastro de tu existencia, matarán a toda tu familia, no quieren convertirte en un estandarte, en otra de esas caras pintadas de negro. No ha habido mucho de eso en estos últimos años. La resistencia es ahogada de inmediato y todo rastro es borrado. Tu amigo está entusiasmado. Piensa que podrán seguir matando comandantes por todo el mundo, después de haber matado a este. Pobre iluso. Jalas el gatillo. El presidente cae con un agujero rojo en la frente. Se escuchan algunos gritos. Hay confusión en el gabinete. Se escucha un toc toc en la puerta de entrada. Ahora golpean con más fuerza. Van a tumbar la puerta. Disparas en el pecho a tu amigo. Te tiras de cabeza por el balcón. Despiertas en el infierno. El diablo te felicita y te manda en una cápsula al cielo.
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