sábado, 2 de octubre de 2010

En la placenta

Allá podrás llevar tu parte y ponerla en la mesa, y podrás tomar lo que otros llevaron y dejar que tomen lo tuyo para siempre. Cada quien llevará lo que le corresponde, así que no te preocupes por esos libros de tu librero que nunca leíste; algo tendrán que aportar, son absolutamente necesarios, es preciso que se pulvericen con el tiempo entre la gente del futuro o que animen el fuego del indigente con frío.
Es justamente cuando las almas desperdigadas se reúnen, cuando se comprende la necesidad de las cosas y personas inútiles. Todo se dirige a un fin, como en toda buena historia.
Puedo decir las cosas con certeza, incluso puedo dudar de lo que digo y aun así decirlo con certeza, y no estaré haciendo nada que no estuviera escrito y tenga una causa justificada.
Así que cuando cada quien agoniza y se encuentra en la crisis más aguda y aparentemente definitiva de esperanza de su existencia, es cuando estamos más cerca de flotar en un lago verde, hundirnos en las aguas entre esferas multicolores, sintiendo el mayor placer del mundo sin poder todavía creerlo, y entre risas pensaremos que todo aquel preámbulo de sufrimiento le venía perfecto a la canción. Entraremos disparados, penetrando cual espermas los óvulos, en una bolsa llena de aguas refrescantes, con la música de la gloria, nadando ahí donde el principio y el final se confunden, ahí donde se mezcla la música, forzados como estamos a sufrirla y a gozarla, la música que se toca, se huele, se mira, se come, y que nos sigue a todos lados, que nos lleva por donde se le antoja y nos mete en burbujas tenebrosas, eufóricas, sombrías, melancólicas, gloriosas, angustiosas, triunfales, cuando el destino, encargado del rumbo que toman las cosas durante la fiesta infinita, hace lo que le parece más conveniente. Sobre todo es esa música monótona la que le gusta poner, esa música ramplona del día a día, para atormentarnos, para hacernos dudar de que puede obligarnos a escuchar algo sublime que nos deje boquiabiertos con la baba colgando, justo cuando la cosa se estaba poniendo más fea.

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