miércoles, 13 de octubre de 2010
Mierda elemental
La vida es la cosa en la que estás metido. Ahí hay muchos como tú, pero no te consta que sean como tú. Se parecen a ti, hacen cosas como tú y te enseñaron, ellos, todo lo que sabes, y tal vez tú agregaste algo de tu cosecha. Entre la gente hay maneras de expresar y por eso existe el arte. Hay gente que reúne grandes cantidades de gente en un lugar y son como triunfadores, y los espectadores son perdedores, porque están ahí, alimentando a los triunfadores. Lógicamente las concepciones de la gente son muy estrechas; sólo somos fragmentos inexistentes de todo lo demás, al parecer, y naturalmente tiene que haber seres que en otros planetas serían dioses y que aquí no son nada, pero eso no nos importa. Entonces existe una cosa que se llama injusticia. Pero también está la muerte, que no ha respetado todavía la posición de nadie. Y también está el destino, el cual bien puede constatarse en el pasado, mas no en el futuro. Sí, el pasado no puede cambiarse. Todo lo que yo pueda decir ya lo saben todos. No hay nada de genial en las palabras, no hay nada de genial aquí, y tampoco en los humanos. Entre nosotros ya no podemos sorprendernos, con música, con palabras, con pinturas; tal vez sea decadencia, no quiero arriesgarme. Pero eso sí, la gente busca cualquier pretexto para hacerse la asombrada, para seguir viviendo, pero en el fondo saben que todo eso que llaman sublime no es más que mierda. Ya está muy trillado decir aquello que nadie quiere admitir pero todos sienten muy en el fondo. Incluso eso ya se dijo hasta el cansancio, de mil maneras diferentes. Entonces qué sigue. Sigue la vida, aburrida como siempre, sigue el sufrimiento, la tragedia, desde luego la muerte, algunas sensaciones mediocres antes de eso, y la muerte, claro, de la cual se ha dicho todo lo posible pero nadie sabe qué pasa con ella. En este momento me apasiona el hecho de que con la muerte uno deja de ser lo que siempre ha sido, y eso es algo tan fuerte como inevitable. Imagino que hasta el último minuto tratamos de aferrarnos a esto que somos, y luego una fuerza vertiginosa nos manipulará, a todos, a dirigentes y subalternos. Y pensar que esas cosas tan cruciales no podremos contarlas, porque, como ya se sabe, podremos pasar a otras vidas, pero no recordar las anteriores, y como la muerte es lo último en toda vida, es lógico que estamos hablando del misterio eterno, tema que da igual tocarlo o no tocarlo en vida, tema lleno de suposiciones. Para los que se encuentran conformes con la vida, la muerte es abominable, tema del que no quieren saber nada. Para los que no se hallan en el mundo, los inadaptados, los débiles, es evidentemente un jardín lleno de analgésicos, la posibilidad de nacer metido en el cuerpo de uno de aquellos que siempre abominan la muerte y tapan los oídos de sus hijos cuando un impertinente ojeroso comete la imprudencia de mencionar la muerte. El final llegará, y con el final todo esto será igual, para todos igual, cuando dejemos de ser lo único que siempre hemos sido, siempre con el mismo nombre, sujetos a los designios de todo lo material que se transforma con el tiempo, igual a los árboles que un día caen y a las frutas que se pudren, por mayor plenitud y gallardía que hayan alcanzado. Tal vez el tiempo se detenga, tal vez existan cuerpos eternos, conciencias y memorias eternas, que con el paso del tiempo no se alteran, pero definitivamente no en este mundo tan rígido. Tal vez, sólo tal vez, descubriremos eso después de la muerte, cuando ocurra el gran cambio, cuando el universo se vaya a otra parte y vuelva a comenzar con otras reglas, quizás sin reglas. Otra vez nosotros ahí, pero ahora con el sartén por el mango, no así nada más, perdidos en un mundo ya dado, fabricado, en el que simplemente no encajamos, envejeciendo, tratando de atiborrarnos de sexo, de drogas, de conciertos, antes de que sea demasiado tarde, antes de que lo hagan los otros que parecen de nuestra especie, como si eso pudiera salvarnos de la pudrición.
sábado, 2 de octubre de 2010
En la placenta
Allá podrás llevar tu parte y ponerla en la mesa, y podrás tomar lo que otros llevaron y dejar que tomen lo tuyo para siempre. Cada quien llevará lo que le corresponde, así que no te preocupes por esos libros de tu librero que nunca leíste; algo tendrán que aportar, son absolutamente necesarios, es preciso que se pulvericen con el tiempo entre la gente del futuro o que animen el fuego del indigente con frío.
Es justamente cuando las almas desperdigadas se reúnen, cuando se comprende la necesidad de las cosas y personas inútiles. Todo se dirige a un fin, como en toda buena historia.
Puedo decir las cosas con certeza, incluso puedo dudar de lo que digo y aun así decirlo con certeza, y no estaré haciendo nada que no estuviera escrito y tenga una causa justificada.
Así que cuando cada quien agoniza y se encuentra en la crisis más aguda y aparentemente definitiva de esperanza de su existencia, es cuando estamos más cerca de flotar en un lago verde, hundirnos en las aguas entre esferas multicolores, sintiendo el mayor placer del mundo sin poder todavía creerlo, y entre risas pensaremos que todo aquel preámbulo de sufrimiento le venía perfecto a la canción. Entraremos disparados, penetrando cual espermas los óvulos, en una bolsa llena de aguas refrescantes, con la música de la gloria, nadando ahí donde el principio y el final se confunden, ahí donde se mezcla la música, forzados como estamos a sufrirla y a gozarla, la música que se toca, se huele, se mira, se come, y que nos sigue a todos lados, que nos lleva por donde se le antoja y nos mete en burbujas tenebrosas, eufóricas, sombrías, melancólicas, gloriosas, angustiosas, triunfales, cuando el destino, encargado del rumbo que toman las cosas durante la fiesta infinita, hace lo que le parece más conveniente. Sobre todo es esa música monótona la que le gusta poner, esa música ramplona del día a día, para atormentarnos, para hacernos dudar de que puede obligarnos a escuchar algo sublime que nos deje boquiabiertos con la baba colgando, justo cuando la cosa se estaba poniendo más fea.
Es justamente cuando las almas desperdigadas se reúnen, cuando se comprende la necesidad de las cosas y personas inútiles. Todo se dirige a un fin, como en toda buena historia.
Puedo decir las cosas con certeza, incluso puedo dudar de lo que digo y aun así decirlo con certeza, y no estaré haciendo nada que no estuviera escrito y tenga una causa justificada.
Así que cuando cada quien agoniza y se encuentra en la crisis más aguda y aparentemente definitiva de esperanza de su existencia, es cuando estamos más cerca de flotar en un lago verde, hundirnos en las aguas entre esferas multicolores, sintiendo el mayor placer del mundo sin poder todavía creerlo, y entre risas pensaremos que todo aquel preámbulo de sufrimiento le venía perfecto a la canción. Entraremos disparados, penetrando cual espermas los óvulos, en una bolsa llena de aguas refrescantes, con la música de la gloria, nadando ahí donde el principio y el final se confunden, ahí donde se mezcla la música, forzados como estamos a sufrirla y a gozarla, la música que se toca, se huele, se mira, se come, y que nos sigue a todos lados, que nos lleva por donde se le antoja y nos mete en burbujas tenebrosas, eufóricas, sombrías, melancólicas, gloriosas, angustiosas, triunfales, cuando el destino, encargado del rumbo que toman las cosas durante la fiesta infinita, hace lo que le parece más conveniente. Sobre todo es esa música monótona la que le gusta poner, esa música ramplona del día a día, para atormentarnos, para hacernos dudar de que puede obligarnos a escuchar algo sublime que nos deje boquiabiertos con la baba colgando, justo cuando la cosa se estaba poniendo más fea.
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